"Y cuando llegue el día del último viaje/y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/me encontraréis a bordo ligero de equipaje/casi desnudo, como los hijos de la mar" (Antonio Machado, "Retrato").
Todo lo escrito en esta saga es en retrospectiva. Los hechos y aventuras son pasado ?un pasado de semanas-. Aun así, logran confundirse con similares lances de hace treinta o más años, cubriéndose con esa misma gasa con que se envuelven los recuerdos.
Y qué pasó antes de llegar al Puerto de Raúl Marín Balmaceda. Obviamente estuve en La Junta, punto entrañable de la Carretera Austral Norte. Y cómo llegué ahí desde mi delicioso Puerto Ibáñez: seré sintético en contestarte, ya que más de alguna vez he descrito ese camino. Diré que el Cruce Cabezas estaba "igual"; sigue siendo para mí sinónimo de escapada, de libertad y de aventura. Me esperaba adelante, como siempre, Villa Amengual, luego el enorme Coihue candelabro, antes del Lago Las Torres, el salvaje Queulat que va amansándose con el pavimento, y una vista amplia al fiordo en la zona de Puyuhuapi.
En La Junta, me reporté con mi amigo Claudio Berger para una posible pesca, visita a sus termas y todas esas cosas que uno hace estando allá. Pero la verdad es que llevaba un cansancio tal, que creo haber dormido todo un día, solo levantándome de mi cama para comer algo.
Me puse de pie una mañana y salí a recorrer el pueblo. Está casi todo pavimentado, sin perder su aire rural: flores, jardines, mucho verde, personas paseando a su ritmo. La Junta es una ciudad en forma, que tiene hasta una buena tienda de pesca, con una sección para los que pescamos con mosca, siempre se olvida uno de algo.
Llama Claudio, con ese tono quedo de siempre, me confirma que la pesca se hará ese mismo día, a partir de las 12:00. Manejé hasta el campo de su familia, pasé a saludar.
Y ahí estaba, el enorme Palena, el turquesa Palena, el azul Palena, el buen río Palena que da vida a toda esa cuenca. Marchaba a paso lento hacia el oeste, como una bestia que mueve su enorme cuerpo, silencioso a veces, con furia otras.
Mi amigo esperaba con una sonrisa y su magnífico bote de quilla plana. Me pareció más delgado, habían pasado algunos años. - ¿Quiubo gancho? ?, me dice a grandes voces, no sin antes darnos un abrazo; - ¡así saludan los amigos! -, pensé. Rápidamente acomodamos las cosas, y zarpamos río arriba donde había unos bajíos: ahí podríamos pescar truchas. En el lugar, que era como otro río, con más corriente y vadeable, estuvimos una media hora, poco más; tres bellas truchas plateadas tomaron mi engaño: un pequeño pez negro con cabeza dorada. Luego, el pique se detuvo. Desde ahí navegamos a una zona profunda río abajo donde se supone estaban los salmones, debíamos cambiar el equipo.
Llegamos y encontramos dos botes que se nos adelantaron. Con oficio y sentido del humor el capitán intercambió chistes y un par de historias con esa gente del río, guías locales muy agradables. Dijeron que los salmones se habían movido, y era cierto, le tiramos un arsenal, a todas las profundidades a riesgo de enredar en algún tronco hundido. Río abajo otra vez.
Pasaban las horas. Para mí casi estaba hecha la jornada, sin embargo, navegamos a un bello remanso del río, casi una laguna, con sus juncos y con un agua muy transparente; umbríos recodos producto de la broza y las tepas gigantes prometían marrones, como las que pesqué en el Risopatrón, de estructura similar a este tramo; pescamos un rato, pero yo me declaré cansado. Así que salieron unos mates muy amargos y resucitadores. Y unos torcidos de tabaco negro "Tenesse" humearon en ese bote.
No sé cuánto tiempo estuvimos conversando y riendo. Caí en cuenta que nos conocemos desde el verano del 2010, un verano que recuerdo muy feliz, ya te contaré lector. Pienso que con todos mis amigos hablamos de cosas que han sucedido hace más de una década; solo por ese hecho este señor ya estaría entre mis más granadas amistades; pero el hombre tiene sus méritos, entre ellos la generosidad y humildad de las grandes personas.
Creo que después hicimos unos intentos con mosca seca, nada relevante.
Atardeciendo, con un atardecer naranja explosivo, nos despedimos en el mismo lugar de donde zarpamos y de la misma manera: con muy fuerte un abrazo, ?hasta la vuelta gancho-.
Este viaje, el que terminó en la costa varios días después, se acaba en el papel, y se queda girando en mi memoria para enriquecerla. Me llevé muchas cosas de este periplo, un peregrinaje sin destino planificado. La amistad nueva de Vanessa y Bastián, el reencuentro con Claudio, son dones que atesoro de esta cuenca enorme, que como columna vertebral tiene al Palena, el que sigue y seguirá fluyendo lento, como esperando a que lo visite una vez más, alguna vez.