Las primeras misiones bomberiles en Coyhaique aparecieron mucho antes de que se fundara en 1939 la Primera Compañía. Ya durante la instauración del poder central de la Estancia allá arriba en la Escuela Agrícola debían los vecinos apagar fuegos premunidos de baldes ollas, palanganas y caballos, en tiempos en que funcionaba un errático comité de adelantos que se dedicaba a reunir fondos para la construcción y el crecimiento del poblado. Escasísimos eran los focos de fuego dominados por el espontáneo trabajo de los vecinos.
Al pensarse en organizar un cuerpo activo de voluntarios bomberiles, realizó la primera convocatoria un hombre insigne e inolvidable, el subdelegado Maximiliano Casas Barruel. A esa reunión asistieron los vecinos Salvador Hernáez, Miguel de Rays, Salomón Pualuán, Juan Antonio Mera, Luis Alberto Luco, Emilio Aleuy, Francisco Colomés, Oscar Aros, Benedicto Abufhele, Carlos Petersen, Pedro Quintana y Heinz Zernow y el único objetivo era fundamentar los estatutos y las bases de una futura compañía.
La idea planteada por el subdelegado era aprobada sin ningún tipo de oposición, eligiéndose una primera directiva. Aquel primer libro de reuniones, que sería considerado como el primer documento vigente de la historia del cuerpo, consignaba para el deleite de quienes le conocieron, un mensaje de Max Casas que, con su puño y letra escribió: Con sinceros votos de prosperidad a la Primera Compañía de Bomberos de Coyhaique, pedestal del futuro Cuerpo de Bomberos de este progresista pueblo. Coyhaique, 26 de Enero de 1939.
Dos meses más tarde se reuniría un nuevo grupo de vecinos para fundar la segunda compañía, en circunstancias históricas muy felices y aprovechando la honda motivación causada por sus colegas de la primera. Es así que se reúnen nuevos visionarios voluntarios, Adolfo Guerrero, David Vargas, Luis Yánez, Antonio Bernabé, Víctor Biava, Luis Sanhueza, David Alonso, Juan Cantón, Manuel Salas, Rudy Meschner, Juan Erreguerena, Agustín Fernández y Carmelo Alvarez, quienes fundan la Segunda Compañía en Marzo de 1939.
Desde que se instauró el nuevo dominio físico de los bomberos en la silenciosa ciudad, algo comenzó a cambiar en forma inmediata, ya que una especie de halo de protección quedó firmemente afianzada en las conciencias de los escasos habitantes de entonces. En un tiempo en que la integración era fundamento básico para el crecimiento de un núcleo poblacional en ciernes, la palabra bombero era considerada casi un atributo sagrado del cual nadie podía permanecer indiferente.
Entre Enero y Noviembre de aquel agitado año de 1939, la formación táctica y el apronte del nuevo grupo de voluntarios estuvieron regidos por el capitán Francisco Colomés y los tenientes Hernáez y Mera, secundados por el ayudante Aleuy, quien posteriormente ocuparía todos los cargos de la compañía, hasta llegar a ser Superintendente. El era mi padre, bombero de lágrimas y sentimientos, el amigo de todos, el peladito Aleuy. Cabe destacar que Adolfo Guerrero fue el último sobreviviente de esta primera hornada de los juveniles voluntarios de 1939, ya que mi padrese fue un triste mes de marzo de 1985. Ellos, como integrantes del aspecto formativo del cuerpo fueron los primeros que impusieron criterios estratégicos para echar a andar los enfrentamientos a los agresivos focos de incendios que, hasta ese momento era muy difícil sofocar. Pero en Diciembre algo iría a cambiar, ya que llegaría un carro de palanca que sería el primer elemento mecánico que integraría las misiones bomberiles. Esta histórica bomba se encuentra en exhibición en el frontis del cuartel de la segunda y constituye una reliquia histórica de la evolución de los bomberos y un testimonio vivo de las dificultades que sortearon los primeros voluntarios. Las fotos a todo esto, iompresionantes todas ellas, constituyen un acabado y perfeccionista modelo de lo que sucedió en todos los tiempos bomberiles.
Dos décadas más tarde, motivados por la insuficiente acción llevada a cabo durante el recordado incendio de la iglesia catedral, se instauró la tercera compañía, a iniciativa de Aurelio Valdivia, quien lideró a hombres destacados como Carlos Brito; Alfredo Zúñiga, Peter Peterson, Hernán Matamala, Washington Báez, Humberto Cumián, Pedro Durán, José Alvarez Dinamarca, Mario Felmer, Juvenal Mancilla, Ernesto Vargas, Sergio Romero y Luis Obregón.
No hay que olvidar a la Cuarta Compañía, donde la semilla tuvo el rostro de la tragedia poblacional al ocurrir infaustas muertes de pequeños en incendios en 1964, creándose casi inmediatamente una Brigada contra Incendios que devendría luego en la formación de la Compañía número cuatro con nombres del recuerdo como el de Arturo Triviño, José González, Sergio Cárcamo, Eduberto Uribe, Sigifredo Gómez, Luis Rubio, Domingo Carrillo, Arturo Triviño, Antonio Mella, Eliseo Ojeda, Desiderio Cárcamo y Onofre Paredes.
¡Cuántas voluntades bomberiles en medio de la vida que comienza!