Cuando llega un momento de gloria para un recopilador, se cubre el ambiente de estrellas de colores y se sueltan las amarras por donde viajan las evocaciones. La información que habías estado buscando vive ahí en silencio, y colmadas de bríos y también de sufrimientos aparecen las sombras de algunos que estuvieron presentes en la aciaga jornada de la búsqueda de los restos y sobrevivientes de Cerro Pérez, cuando el avión DC3 de la Fach se precipitara aquella mañana entre una cortina de humo negro a tierra en medio de una densa niebla, chocando violentamente contra un área selvática e incendiándose mucho tiempo después.
Me cuenta un piloto cercano a nosotros que cae el avión luego de un intento desesperado por planear en la playa, se arrastra, se desintegra en medio de la selva y que permanece ahí por unas ocho largas horas, entre el lamento, los alaridos, gritos y ayes de alguna decena de sobrevivientes que intentaron todo para escapar de la muerte. Esta llega finalmente a causa del congelamiento en unos casos, por las graves heridas existente por el impacto y finalmente remata todo cuando los motores explotan. Alguien deja deslizar la teoría de que Maggie, el piloto, arma una fogata cerca de restos de combustible, constituyendo aquel el verdadero detonante del final.
El puertoaguirreño Moisés Figueroa Saldivia, estuvo metido en el rescate, en medio de una labor cruel e implacable. También estuvo ahí siendo parte de la misión junto al Teniente Hernán Merino Correa, el querido padre reverendo Victorino Bertocco Gasparella a quien todos conocemos y respetamos. Fue en la noche, cerca de las 23 horas que Moisés se hallaba en su casa de la isla cuando recibió la visita del jefe del retén de Carabineros Manuel Montiel. Le iba a avisar lo del accidente y que por favor vaya a integrar los grupos de rescate la misma madrugada de mañana. No tuvo otra cosa que hacer ni qué pensar Montiel. Casi a los quince minutos después se encontraba durmiendo.
El detalle salta brutal entre nosotros, y creo que siento la piel de gallina al escribir estos párrafos llenos de horror, especialmente al conocer más detalles sobre el único sobreviviente, a quien el mismo Figueroa logra escuchar gritando entre los restos calcinados del avión. Al día siguiente el isleño tiene que coordinarse con el chilote Melipichún, jefe de la cuadrilla de buzos, a quien entrevisté cierta vez que estuvo en Coyhaique junto a un tropero de Cochrane.
El puerto Pérez estaba convulsionado, con pequeños puntitos de hombres integrando diversos frentes de rescate, avanzando penosamente por selvas, laderas, bardales. El miedo estaba ahí junto a la angustia y el desencanto mientras de pronto la niebla cerrada dejaba entrever en lontananza los humos del incendio de los motores del avión, a unas tres horas de navegación desde el puerto Chacabuco. Hacia allá iban todos los grupos de exploración y rescate, los más temerarios sin buscar faldeos ni puntos fáciles de subida sino escalando en línea recta a través del entorno salvaje y selvático del monte. Ocho horas tardarían en llegar junto a los restos humeantes del avión, faltando pocos minutos para las 5 de la tarde y ya casi oscuro. Venía otra patrulla que integraba el padre Luna junto al sargento Enrique Stange. En esta otra estaban el jefe Montiel, el sargento Barría, el carabinero Lautaro Rodríguez y el poblador Moisés Figueroa. Mientras tanto Melipichún se había embarcado a las 7 de la mañana en la lancha de Vialidad “Divina”, cuyo capitán Gumercindo Pérez se encontraba en Puerto Aguirre. Una hora y media después este grupo se enfrenta a lo imposible, hallando los restos calcinados cerca de una de las islas de las Cinco Hermanas. Ahí estaban acampados los buzos que no pudieron ver nada del impacto debido a la densa niebla, pero sí escucharon los motores muy cerca de ellos y luego el choque y un silencio de muerte.
Melipichún casi brincaba sobre los árboles y avanzaba más cerca del accidente, sorteaba barrancones, quilantales y tupidos tepuales. Tuvieron que esperar que pasara otro día y a la mañana siguiente se podían escuchar disparos de localización, que eran coordinados como señales de ubicación de cada grupo. Ahora entiendo por qué a Melipichún nunca le gustó hablar con la grabadora enfrente, no era hombre de ideas orales, era de acciones y trabajos brutales.
Fue el capitán Machuca quien les iba informando a los rescatistas sobre la situación. Por él se enteraron que en la nave viajaban 25 personas. Al llegar comprobaron la magnitud del desastre. Tierra apisonada, barro a discreción, restos calcinados, alas, fuselaje, selva abierta, troncos quemados. Un desastre total. Incluso cuerpos sobre los árboles, otros enterrados en el barrial, un espectáculo dantesco y pavoroso, algo que muchos no pudieron resistir. Alguna vez pudieron hacerlo, conversar sobre la experiencia vivida, recordar minuto a minuto las actividades de búsqueda y rescate, pero debieron pasar muchos años para eso. Parece que Machuca tuvo graves problemas de angustia y sensibilidad, pues su señora viajaba ahí. Sacó en un instante su pistola y titubeando disparó unos siete tiros al aire. Fue en ese instante que el teniente Merino solicitó un voluntario para avisar el hecho a la comandancia en Aysén. Y fueron varios donde el comandante que se encontraba en el yate del intendente Cosmelli fondeado en la bahía de Puerto Pérez. El único sobreviviente fue un jinete del Club Hípico de apellido Ayala. Mañana conoceremos detalles de otras versiones sobre el salvataje, la de la patrulla de Stange al que acompañaba el padre Victorino y la del marino de la Divina, señor Wenceslao Novy.