Estaba comprando en un negocio de Ogana cuando escucho a una mujer joven conversar con el propietario del emporio:
- ¿Cachó lo del pastor, vecino?
- Oiga, sí, ¡qué espanto más grande!
- Lo peor es que no publican la identidad de este degenerado.
- Pero todo el pueblo sabe quién es.
Justamente, pensé yo. Y me puse a elucubrar sobre la facilidad con que asumimos el rol de justicieros y le sumamos a las condenas de los tribunales otras cuestiones adicionales que nada tienen que ver con el código que sanciona.
Por ejemplo, en el caso de los violadores, revelar la identidad no es parte de la condena. Muchos creen que de este modo se está protegiendo al victimario, sin embargo, lo concreto es que se está protegiendo a las víctimas de ser revictimizadas. Pues en estos círculos es muy fácil identificar a estas conociendo la identidad del agresor.
Pero el asunto va bastante más allá. Tenemos un extraño afán por querer que los culpables sufran muy por encima de lo que indican las normas, que el castigo social persiga de por vida a quienes han cometido delitos y, de este modo, la reinserción sea todavía más imposible que en la actualidad.
Para muchos, esto parecerá una defensa de violadores y psicópatas, pero en un país donde más de la mitad de las personas no entienden lo que lee, es algo esperable.
La protección de las víctimas es y debe ser la principal tarea del Estado en materia judicial y legislativa. En la mayor parte de los casos, quienes cometen violación suelen ser familiares o conocidos de las víctimas. Y este es el principal motivo por el que los medios de comunicación no deben identificar a las personas procesadas, acusadas, o sentenciadas por violación. No debemos revictimizar. Y la funa pública revictimiza.
Hay dos o tres cuestiones que quisiera agregar. La exposición pública de un violador con su identidad vulnera también al derecho a la intimidad de sus familiares o personas cercanas, los que nada tienen que ver con el delito y muchas veces resultan estigmatizados. Entregar su nombre puede derivar en vendettas barriales y hasta en el incendio del inmueble donde sigue morando su familia. Una locura.
Del derecho a la reinserción ya dijimos algo, pero en un país como Chile, donde quienes cumplen su condena y salen en libertad siguen condenados socialmente, es bueno recordar que se trata de una quimera, de una farsa. Que siempre se habla de más cárceles y no de mejores cárceles, ni de recintos más dignos o de condiciones menos infrahumanas.
Finalmente está el principio de proporcionalidad. La justicia no puede exceder los límites de la ley, y revelar la identidad de un condenado por violación no figura en nuestro orden jurídico como sanción adicional.
Al momento de pagar, le pregunté a la mujer, respetuosamente:
- Señora, ¿puedo hacerle una pregunta?, no pude evitar escucharla.
- Dígame, joven (juro que me dijo joven).
- Si la víctima fuera un familiar suyo y este delito hubiese ocurrido, digamos, en su casa, ¿le gustaría ver la foto y el nombre del culpable en los diarios?
- Disculpe, pero en mi casa jamás pasaría algo así (no estaba molesta, sino inquieta).
- No tengo por qué dudarlo, pero los feligreses del condenado decían exactamente lo mismo. Y ahí está, condenado y preso.
- Gracias, vecino. Que pase buen día.
Recibí el vuelto y me fui mordiendo una manzana, pensando que igual todo el pueblo sabe quién es.