A nosotros nunca se nos dijo que a Coyhaique venía a exponer Luckó de Rocka. Claro, eso no le importaba a un niño que había cumplido recién nueve años. Sólo miramos de lejos el cargamento de un camión que se estacionó frente al flamante cuartel de los bomberos, y dos o tres hombres secundados por otros comenzaron a levantar pesadas cajas y sacarlas del camión para dejarlas con gran esfuerzo en el cuadro gigante de ese edificio de los bomberos que aún vemos a diario. Pero incluso ni nos llamaron la atención los cuadros de la eximia pintora. Nadie nos dijo nada, ni los profesores, ni nuestros padres ni tampoco escuchamos comentarios de ninguna especie. Simplemente aquella pinacoteca de una de las más talentosas artistas nacionales, expuesta en las frías aristas de cemento del cuartel de la calle Parra, pasó absolutamente inadvertida para todo el mundo. Y los únicos que la valorizaron fueron uno que otro profesor, eruditos del imposible en medio del absurdo, y uno que otro amigo y amiga de los eventos de este tipo, la mayoría de los cuales no entendían absolutamente nada de arte pictórico.
Si no fuera porque existen los registros periodísticos e historias oficiales el hecho se hubiera olvidado para siempre. Pero héte aquí que el caudal del olvido late apenas perceptible y me permite por ejemplo encontrarme con la dama ésta, hija de Pablo de Rocka, famoso por sus versos a los platos de comida chilensis, al caldillo de congrio y a los mercados con el maloliente y putrefacto aroma de los cholgueros y los puyeros, en medio de la batahola de la pobreza suma. La artista había logrado éxitos máximos después de su carrera en el Bellas Artes, yéndose después a París, exponiendo en diversas salas del mundo y siempre siendo aclamada por sus bellezas creativas como La Ultima Compañía, Queríamos ser Pájaros y El Tiempo Circular, uno de sus mayores cuadros expresionistas que le chupó la esencia al mejor de los creativos. Lukó era eximia e incontrastable, no podría parecerse a nada de lo que comenzó a salir después y yo creo que por antonomasia, hay un sinfín de cosas que aparecieron después y que los contemporáneos admiran, aunque no les lleguen ni a los talones a los verdaderos, a los originales, a los modelos evidentes de virtud que fueron las semillas de los tiempos que hablo. Ella era honesta y humilde, dos mínimas virtudes para ser humano.
Si me pongo a meditar un rato y encuentro a la esmirriada Lukó de Rocka casi muerta de frío en el cuartel de la primera, sin nadie mirando sus pinturas y sólo las autoridades y uno que otro profesor del imposible bendito patagüino, me hubiera a mí dado un ataque de risa. Menos mal que era niño y que no entendía de óleos y exposiciones. La verdad es que me contaron que sólo llegaron todos los miembros y socios del Rotary Club, la entidad organizadora, por una vez, sólo por hacer un saludo a la bandera. También aparecieron esporádicamente los insignes maestros del Liceo de Puerto Aysén, al que tanto echamos de menos en estos tiempos de miseria intelectual. Y absolutamente nadie más. Creo que algunas delegaciones escolares que fueron a reírse, empujarse y masticar chiclets (¿Existían los chiclets por esos días?), escupir al suelo y pensar en qué le tendría la mamita de almuerzo para hoy. De Luko de Rocka, absolutamente nada. Ella venía de efectuar intensas giras por Latinoamérica, Brasil, Argentina, Uruguay y había venido invitada por el Rotary para exponer algo de sus bellas obras paisajísticas. En la prensa internacional, a estas alturas del partido, ya Lukó había sido acariciada por la lisonja de Siqueiros, quien había dicho de ella: “Rebeldía y audacia caracterizan a Lukó. Son cualidades que finalmente la conducirán hasta los espacios cimeros del arte”.
Exactamente cuatro días duró la exposición de esta artista chilena, quien se mostró encantada con las atenciones de que fue objeto por la pomposa oficialidad, gobierno regional y Rotary Club en fastuosos comedores de hoteles y sedes coyhaiquinas. También fue a Puerto Aysén, recorriendo penosas horas sobre un camino imposible. No importa. Llegó y fue remecida por la humedad y la lluvia. Regresó con dificultad, la tarea se estaba cumpliendo como la habían planeado. Ella aguantaba de todo, aceptaba todos los designios.Ya estaba trabajando en la primera hornada del San Felipe Benicio el profesor de matemáticas José Gil de Ramales, y creo que cuando fuimos algunos sus alumnos, un día nos habló de esta ilustre visitante, la humildísima Lukó. Lo mismo el padre Anastasio Bertossi, nuestro profesor de Dibujo quien pasaba a decirnos cuando era necesario lo bello que es tener entre nosotros a los verdaderos exponentes del arte pictórico en medio de un lugar tan desconocido y aislado como éste. Todo bien. Pero la Luckó pasó sin pena ni gloria, pocos le rindieron pleitesía y absolutamente nadie la recordó jamás. Desde el 2 de Noviembre de 1958 y hasta el miércoles 5 se expusieron los lindos óleos, matizado por la visita de conjunto Fiesta Linda con Carmencita Ruiz y Luis Bahamondes incluidos. Mientras tanto, en el mundo, la humanidad celebraba la asunción del flamante nuevo papa católico Juan Roncalli o Juan XXIII, como sucesor del Sumo Pontífice Pío XII.