El duelo es un proceso inevitablemente humano, un camino de dolor que recorremos tras la pérdida de un ser querido. Sin embargo, cuando la muerte es violenta, producto de un homicidio o un cuasidelito de homicidio, ese recorrido se torna aún más duro, dejando en los dolientes una herida difícil de cicatrizar, el duelo deja de ser solo un asunto personal y se convierte en una narrativa pública, marcada por investigaciones policiales, juicios y, en muchos casos, por la invasión mediática. La violencia arrebata no solo la vida de quien se va, sino también la paz y la estabilidad de quienes quedan atrás.
El duelo convencional implica un proceso de aceptación y reconstrucción, un tránsito que, con el tiempo, permite recordar con amor sin quedar atrapado en el sufrimiento. Pero en el caso de un homicidio, las imágenes intrusivas, la sensación de injusticia y el desgarro de lo inesperado impiden que este proceso fluya con naturalidad. No es solo la ausencia lo que duele, sino el cómo, el por qué y la brutalidad de lo sucedido.
El impacto psicológico es profundo y duradero. Las emociones que emergen en estos casos ?rabia, culpa, miedo, deseo de venganza? hacen que el duelo se convierta en un laberinto sin salida. No es raro que los más cercanos puedan llegar a desarrollar trastorno de estrés postraumático o depresiones severas, pues la sensación de desprotección y vulnerabilidad se agudiza. El mundo, que antes parecía tener cierto orden, se vuelve un lugar hostil e inseguro.
Además, la sociedad no siempre facilita el proceso. Muchas familias enfrentan el estigma y la incomprensión de su entorno. A veces, incluso, tienen que trasladarse de vivienda, llegan a perder su trabajo o deben afrontar dificultades económicas debido a la crisis emocional en la que quedan sumidas. Cuando la justicia se percibe como lenta o ineficaz, la sensación de impunidad e injusticia puede empeorar el dolor y la desesperanza.
¿Qué hacer ante este panorama? No hay respuestas simples. La violencia no solo mata a quienes caen víctimas de ella, sino que impacta la vida de quienes los amaban. La clave parece estar en darle espacio al dolor sin quedar atrapado en él, en permitirse sentir sin dejarse consumir, no esperar olvidar ni resignarse, sino de transformar el dolor en una fuerza que permita honrar la memoria del ser querido sin quedar atrapado en la amargura. El duelo por una muerte es un recordatorio de que el amor y el dolor están unidos. Amar intensamente significa también dolerse profundamente cuando perdemos a quien queremos, sin que ese amor desaparezca con la muerte. En última instancia, amar a quienes han partido es también encontrar la manera de vivir sin ellos.
Acompañar, escuchar y apoyar a quienes atraviesan este doloroso camino es un acto de humanidad urgente.
En este contexto, el Centro de Atención a Víctimas de Delitos Violentos (CAVI) Coyhaique, de la Corporación de Asistencia judicial del Biobío, tiene por objetivo otorgar apoyo jurídico por medio de un abogado querellante, que acompaña el proceso penal del Ministerio Público, además de intervención psicológica y social para quienes sean víctimas indirectas de un delito violento como cuasidelito de homicidio y homicidio.
El foco del trabajo interdisciplinario con familias y sobrevivientes debe estar puesto en otorgar herramientas para la participación activa e informada del proceso penal, buscando el resultado más favorable y la resignificación de los hechos traumáticos, entregándoles en primer lugar un trato digno y empático, siendo prioridad la escucha activa y respetuosa.
El Centro de Atención a Víctimas de la Corporación de Asistencia judicial del Biobío se encuentra ubicado en Calle José Moraleda N° 52 de la ciudad de Coyhaique, realiza atenciones presenciales y también de manera remota en el teléfono y WhatsApp +56968980089 y el 67-2214640, además del correo electrónico caivcoyhaique@cajbiobio.cl