En los campos nuestros, cerca del jolgorio de la primavera, cuando la nieve ya se ha ido y el hembraje deja asomar con soltura suculentas redondeces, los grupos de camperos se vuelven juntos hacia la rueda del fogón a través del siempre rudo comentario sobre las jornadas imposibles. Es entonces que comienzan a oírse en los fogares los preparativos para las menestra de los licoreos y el chisporroteo de las fritangas para que las tortas fritas graznen sobre las ovaladas sartenes. Vaso afuera salen entre las manos oscuras de los hombres cansados, con sed en la garganta seca por el polvo de las tropas y el camino largo de las rondas muertas. Desde ahí asoman todos los deseos mientras crepitan los leños rojos del fogatón y se hace el armado de la trama por donde el fuego crepitará. De entre todos los elementos referidos hay uno que pugna con fuerza adelantarse al resto. Es la codicia de la taba, la apetencia bendita del hueso rey de las celebraciones camperas.
Voy hacia allá.
El escenario de la taba se cubre de honores cuando el gauchaje se deja estar en el adormecimiento de las pasiones, rumbo al ganar o rumbo al perder. Para jugarla se emplea el hueso astrágalo de un caballar, que corresponde al de la articulación de la rodilla. A la pieza elegida de esa manera se le seca y limpia convenientemente, se le adosan algunos fierros con remaches especiales, y a veces se le esmalta o se le pinta, de acuerdo al ingenio del gaucho tabeador.
La taba es un juego que ya se estaba practicando durante la época colonial, a mediados de 1800. Pero, aunque muy popular y ampliamente aceptado entre los círculos lúdicos, fue prohibido, por atentar contra el orden e inducir a costumbres malsanas y muy dañosas para ganar dinero sucio. Lo cierto es que en nuestra Patagonia también hay elementos que enturbian la absoluta claridez del ejercicio de la taba al presentarse por ejemplo un coimero cargado o un pozo anómalo. En tiempos de los primeros poblamientos, a principios del siglo XX los juegos de la taba despertaban tales pasiones, que a veces los hacendados apostaban campos y animaladas, quedando en la más completa ruina. Son bien conocidos por este investigador los relatos grabados en registros específicos, donde salen a relucir las denodadas aflicciones al apostar sus haciendas completas o sus propiedades, provocando un desaguisado tal que muchas veces se cambian formalmente los escenarios de la vida y también la posición social por añadidura.
De todos modos, los taberos conocen de las pasiones que despierta el juego. Y la concurrencia ha aspirado incontables veces el aroma de lánguida felicidad que convoca el juego. En nuestras tierras ayseninas la taba se la juega regularmente, en especial cuando llega el sol de la primavera, en tardes relajadas de señaladas de tercer día, o simplemente durante las celebraciones familiares o ramadas dieciocheras.
La técnica conlleva facilidad. Sin embargo, la táctica alimenta ciertos detalles que ameritan destrezas. Hay que arrojar la taba y hacerla caer con habilidad y maestría. El tabeador no agarra la taba, sino que la deposita en la palma de la mano extendida, lanzándola luego de recoger el brazo y adelantarlo. Frecuentemente, el hueso describe un radio de vigorosa elipse que permite alcanzar el objetivo (4, 5 ó 6 metros lineales) con o sin éxito, parece que dependiendo de la posición del cuerpo, la tensión muscular y el buen ojo o el cálculo. Al caer, los ojos contemplan el resultado de la postura, ansiosamente. Si cae de lado, se llama hueso. Cuando cae con la uña hacia arriba, es culo o macho. Cuando la uña toca el suelo y se apoya en él, es suerte; si se entierra, es taba clavada, pero es ahogada cuando cae clavada y con la punta del lado suerte tocando el suelo. Es normal que alguien de entre los presentes que desee ganar el derecho a jugar, pise con su bota o zapato la taba que cayó.
Lo esencial de las tabeadas lo constituye el objeto y el sujeto de la ceremonia. Más que deporte campero o competencia, la taba es ceremonia lúdica con convocatoria masiva, alentada por la posibilidad de ganar dinero. No existe (exceptuando carreras cuadreras o partidas de truco), configuración más pintoresca que estas tabeadas ayseninas, que se meten por el territorio con expectativas de diversión a ultranza, consagrando otra parte de nuestra identidad, férreamente adherida a nuestra vida.
La taba se tira de vuelta y media y dos vueltas; son los tiros más fijos. El de roldana, que consiste en tirarla de manera que vaya dando muchas vueltas en el aire, girando hacia delante y no hacia atrás como es lo corriente. Esta carece de mérito, pues deja el resultado librado puramente a la suerte, al revés de los otros tiros en que se tienen en cuenta no sólo las vueltas que dan la ganancia sino aquellas en que el tirador puede lucirse.
Vaya a los campos en primavera, en verano, en otoño. Verá paisanos tabeando, se deslumbrará por el ambiente tan campero y gesticulativo. Invite a los afuerinos, para que no vayan a decirle a los centralinos que aquí lo único bueno son los paisajes.