Abril se ha establecido como el mes del libro, dado que el segundo día del mes corresponde al nacimiento del autor Hans Christian Andersen, quien escribió clásicos de la literatura infantil, tales como: El patito feo, La sirenita, Pulgarcito, entre otros.
A esa fecha, se le suma el mismísimo Día Internacional del Libro, efeméride establecida porque en ella coinciden las fechas de fallecimiento de escritores famosos como Miguel de Cervantes y William Shakespeare. ¿Debiese sorprendernos que todos los mencionados anteriormente sean hombres que vivieron hace muchísimos años en aquel pedazo de mundo que señalamos como occidente? La verdad es que no, dado que si bien la literatura clásica ha sido un aporte para la humanidad, también ha sido el reflejo de la sociedad androcéntrica y colonialista que hemos construido, con esto último me refiero a que la visión del mundo y las relaciones sociales que desarrollamos, tienen un punto de vista masculino, y que además, la mayoría de la producción de conocimiento y expresiones artísticas clásicas que consumimos, viene de países que colonizaron política, económica y simbólicamente los lugares donde vivimos hoy en día.
La cultura y sus expresiones pueden ser formas de colonizar, de imponer visiones y formas de vida donde habitan otras, y la literatura no ha sido ajena a esa realidad. Históricamente, los libros han sido escritos por personas acomodadas que tienen acceso a la educación, lo que les permite poder escribir y tener un espacio en el discurso público, o sea, que la gente considere que lo que escriben es importante.
Las mujeres no siempre han estado dentro de ese grupo, mucho menos las mujeres pobres, rurales, negras, indígenas, lesbianas, trans, entre otras. Esto ha llevado a que las voces de las experiencias femeninas hayan sido reemplazadas por hombres que distorsionan la presencia de mujeres en sus narrativas, convirtiéndonos en personajes secundarios o representándonos por medio de estereotipos. Las personas escribimos relatos de acuerdo a nuestras experiencias de vida, por eso una persona que vive en un lugar del norte probablemente escriba muy distinto a como lo hace alguien del sur, mientras que las niñas y niños escriben distinto de una persona adulta, o los hombres escriben distinto a las mujeres, y por supuesto, una mujer de la ruralidad escribirá muy distinto a otra que vive en una gran ciudad.
Esa diversidad es lo que hace que la lectura sea fuente de conocimiento, la diferencia es lo que nutre ese legado de relatos que tiene la humanidad, y la valoración injusta, medida únicamente por un tipo de canon elitista y masculino es lo que empobrece nuestras experiencias literarias. Este mes del libro, como un gesto de justicia social, compartamos los libros desde su diversidad, busquemos autoras nuevas, desconocidas, olvidadas e incluso silenciadas. Expongamos las voces femeninas que tienen relatos que contar, porque las mujeres siempre hemos contado historias, lo que pasa es que no siempre nos dedicamos a escribirlas porque eso era terreno de hombres, pero hoy en día sabemos que las mujeres fueron quienes le dieron memoria a los cuentos y quienes han tejido relatos, por eso los textos y los tejidos tienen tantas palabras en común, dice una autora que se llama Irene Vallejo, y ejemplifica: la trama del relato, el nudo del argumento, bordar un discurso, el hilo de una historia, etc.
Es importante conocer autoras porque entregan la oportunidad de tener referentes literarios femeninos, pero también porque nos da la posibilidad de conocer una forma distinta de leer el mundo, y esa garantía se la debemos a las escritoras, mujeres que fueron privadas de una tradición literaria, criticadas por elaborar escrituras muy femeninas, pero también criticadas por desarrollar escrituras que no eran lo suficientemente femeninas, calificadas como de segunda categoría, pero que aun así, siguieron trabajando ¿cuántas y cuántos de ustedes hubiesen seguido escribiendo con todo eso en contra?