Los acontecimientos del rescate de los restos del DC FACH accidentado en Cerro Pérez en 1963 se levantan junto a sus muertos y al único sobreviviente. Moisés Figueroa por ejemplo, comenta que desgraciadamente falló la orientación del punto de búsqueda por la cerrazón de la neblina, entonces fueron a salir unos 300 metros más lejos y eso fue fatalmente decisivo, pues tuvieron que esperar un nuevo día hasta que pase la neblina, la nieve, el frío. Cuando llegaron sólo encuentran con vida al jinete Ayala y adivinan por lo que vieron que el mecánico del avión también se había salvado, pereciendo sólo horas antes por hipotermia. Lo encontraron semienterrado en el fango, cerca de un sitio rocoso, y supusieron que había intentado guarecerse ahí. Al consultarle a Ayala, confirmó que los gritos de dolor del mecánico él los escuchó hasta pocas horas antes que nosotros llegáramos.
Wencesalo Novy era entonces marino de la lancha Divina de Vialidad, a quien el accidente le tocó vivirlo desde cerca ya que iba en un viaje entre Puyuhuapi y Cisnes, debiendo pernoctar en Puerto Aguirre junto a otros funcionarios de Tierras y Vialidad. Y aquella noche, luego de encontrarse de copas con el jefe del retén y sus colegas, reciben el aviso de que tienen que embarcarse para integrar grupos de búsqueda porque había caído un avión. Eran las 5 de la mañana, a poco tiempo de que amaneciera y no les cayó muy en gracia la noticia ya que para entonces no habría posibilidad de dormir dada la emergencia. Cuenta Novy que llegaron a las Cinco Hermanas a eso de las 10 de la mañana y que como estaban ahí les correspondía la difícil misión de localizar un avión caído para dar aviso de inmediato a las autoridades. La gente de Vialidad llevaba entre sus instrumentos un taquímetro, el que usaron para buscar lo que sea, lo que les llame la atención entre la densa área selvática que tenían al frente. Dicen que no pasó mucho tiempo cuando de pronto alguien de los que inspeccionaba en la lejanía (las imágenes se ven al revés) visionó los colores del escudo chileno apenas sobresaliendo entre la jungla allá arriba, en las laderas del cerro Pérez. De inmediato Novy se fue a la radio y estableció contacto con la base en Puerto Aguirre anunciando el avistamiento de los restos del aparato. Acto seguido recibió la orden del sargento de carabineros para subir de inmediato al cerro y ver qué había pasado ahí.
La llamada que Wenceslao Novy realizara a la base movilizaría a decenas de personas, tanto vecinos y habitantes, como familiares y gente relacionada con la tripulación y los pasajeros del avión. Inmediatamente aquel lugar comenzó a generar un ambiente de convocatoria generalizado que terminó de improviso con la soledad y aislamiento existentes. Se veían campamentos improvisados, grupos, gente que venía a mirar otros a ayudar, operativos de búsqueda de todas partes, lanchas y religiosas, monjitas que obstinadamente querían ir a rescatar a su obispo. El Intendente y otras autoridades también llegaron, llegó Walter Joost, el marino Enrique Stange, el teniente Merino Correa, el padre Victorino y gran cantidad de militares. Mientras tanto, sobrevolaban toda la zona gran cantidad de aviones y otros tantos periodistas de Puerto Montt y provincias lejanas. Novy cuenta que se quedaron abajo esperando noticias del grupo de rescatistas, hasta que llegó la noche y nada se supo, hasta que oyen llegar a un sargento de carabineros de Aguirre que venía escapado del grupo a refugiarse abajo, absolutamente extenuado y sin ganas de seguir, recibiendo la reprimenda de su superior. El grupo pidió víveres y un barco de Empremar los descargó cerca de las dos de la tarde, recibiendo casi a la misma hora un llamado de atención de un hidroavión de la Fuerza Aérea para amarizar en la zona y prestar asistencia sanitaria y de primeros auxilios a toda la gente que lo necesitara. En ese momento llega una información vital: había sobrevivientes cerca del avión agitando los brazos y la gente de aviación informó que tirarían frazadas y alimentos. Sin embargo era tan difícil llegar donde estaba el avión que se tuvo que esperar un tercer día. Ya se imaginarán cómo se solucionaban en esos tiempos problemas que hoy no hubieran esperado tanto.
Se cuenta y opina entonces que la verdadera tragedia no es la caída del aparato, ya que hubo más o menos una decena de sobrevivientes. La verdadera causal de la muerte de todos es que aquellos sobrevivientes junto a su piloto buscaron refugio en los restos de un avión siniestrado impregnado de combustible por todos lados y en un instante de necesarias alternativas para protegerse del frío, arden fogatas, las que provocan una letal explosión.
Las versiones son distintas, y cuando llegaron los patrulleros exhaustos y desfallecientes por el tremendo esfuerzo, las ropas mojadas y en jirones, se conoció la desgracia de sus dos noches en el monte, sin alimentos y el haberse encontrado con el espectáculo más terrorífico de todos, los cuerpos quemados, mutilados, quietos, enterrados en el barro o colgados de los árboles. Al parecer el piloto vio el cerro en el último instante, cuando era imposible enfilar la trompa del avión, tratando en vano de evitar el choque, pero la nave decoló y siguió avanzando por la selva hasta detenerse. Chocó con los árboles, se desprendieron sus motores y cincuenta metros más adelante se detuvo, arrasando árboles y arbustos. Al final de su carrera se incendió y la mayoría de los pasajeros, inconscientes por el impacto, se quemaron. Pero los sobrevivientes, heridos graves y sin alimentos ni frazadas, algunos no soportaron las bajas temperaturas y finalmente los últimos fallecerían por la explosión ya comentada.