En Chile, a pesar de los alarmantes índices de salud mental, solemos usar todavía trastornos, condiciones o enfermedades neuropsiquiátricas como insultos, como una forma de disminuir al otro y atacarlo por ser diferente.
A cualquiera que cambie de opinión, algún incauto lo llamará bipolar; o a alguien que por un momento tenga una idea descabellada, otra lo llamará esquizofrénico. A los que no respondemos de inmediato ante un cuestionamiento, muchos nos llamarán autistas. Algunos lo somos, otros no. Pero la ignorancia y la educación de mercado que tanto le gustaba al finado Piñera han hecho un impecable trabajo en este modelo ultra competitivo, abusador y discriminatorio.
El rector del otrora emblemático Instituto Nacional Barros Arana, Gonzalo Saavedra, quedó en el ojo del huracán tras la filtración de un audio en el que decía que no existe "ninguna posibilidad de volver a tener excelencia académica en el corto plazo". En un tono indolente, aunque en una conversación privada, la recriminaba a su contraparte que el instituto "parece colegio diferencial, más del 60% son hueones con Tea". Luego del revuelo público que ocasiono la filtración, pidió disculpas y dijo que sus palabras y adjetivos no habían sido los adecuados y que en ningún momento quiso ofender a los estudiantes que pertenecen al espectro autista". El alcalde de la comuna de Santiago, Mario Desbordes, respaldo al docente y puso paños fríos. Esto pasa cuando la política partidista es más importante que la empatía, el sentido común o el trabajo bien hecho; cuando la lealtad a las ideas torcidas está por encima de la ética, del amor al servicio público, del compromiso con el país.
Pasa que en Chile estamos acostumbrados a no cuestionar las salidas de madre, a pesar de contar con la Ley Antidiscriminación, numerada con el 20.609 hace 13 años. Revisando nuestro picante anecdotario político nacional, resulta increíble la cantidad de hombres que han utilizado el concepto "autista" para ofender a sus oponentes. Sebastián Piñera en 2017 dijo que "cuando las mujeres tienen que ducharse con un compañero de sexo masculino, pero que se siente mujer, es una forma de autismo". Me cuesta comprender la lógica del exmandatario. Pero siempre me costó y no me quita el sueño. Quiso despreciar a las personas transexuales, llamándolos autistas. Una canallada con todas sus letras.
2 años más tarde, José Antonio Kast dijo que la izquierda tenía "autismo ideológico". Obviamente las asociaciones de padres, profesionales y personas del espectro lo criticaron y lo acusaron de estigmatizarlos. Otro Kast, Felipe, famoso por sus crueles mentiras, un año más tarde también utilizó el término "autismo político", dándoselas de brillante para hacer una analogía con la desconexión de la izquierda con la ciudadanía.
Da bastante repulsión, más que tristeza, que estos pelafustanes, con tanta educación privada y dinero, utilicen como insulto una condición neurológica que tenemos entre el 1% y el 2% de la población mundial. Lo del "autismo político" también lo utilizaron el amante norcoreano Eduardo Artés el año 2021 y 18 años antes el que después sería ministro de Justicia y Derechos Humanos, Hernán Larraín, amigo íntimo de uno de los más peligrosos pederastas de América Latina, Paul Schäffer. ¡Ministro de Justicia! ¿Qué tal?
En 2012, el senador Alejandro Navarro presentó un proyecto de ley en que describía al autismo como "una epidemia mundial en expansión". Su ignorancia desmedida y su apabullante estulticia lo convirtieron en meme cuando todavía ni existían.
"No se te nota", suelen decirme algunos cuando conocen mi condición autista. "A ti se te nota mucho que no sabes lo que es el autismo", les respondo siempre.
Hablamos de un espectro por su gran amplitud. Esta condición neuropsiquiátrica se caracteriza por dificultades persistentes en la comunicación social y patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento. Cada persona autista es un mundo, como cada persona neurotípica. Por eso es tan incorrecto suponer que todos los autistas pasamos gran parte del día mirando hacia la pared, sin conversar con nadie, en nuestro mundo autista. Hay niveles, historias de vida, condiciones ambientales, y trastornos u otras enfermedades que complejizan el diagnóstico o favorecen su desarrollo, al igual que en una persona neurotípica. Algunos autistas presentan discapacidades y otros no, igual que las personas neurotípicas.
Siento la profunda necesidad de desmitificar las palabras del profesor de INBA, pues nos separa a los autistas de los neurotípicos entre incapaces y capaces; entre oportunidades limitadas y un mundo de posibilidades, muy en la tónica de la educación de mercado. No me extraña el respaldo de Desbordes.
Ahora bien, so riesgo de parecer un pedante, y siendo una persona del espectro autista, cuando terminé mi carrera de Periodismo en 2000 obtuve el segundo mejor promedio entre más de 100 compañeros y compañeras. Debo decir que gran parte de ellos y ellos son tremendos profesionales. Esto, para aclarar que lo neurotípico y lo neurodivergente no tiene que ver con cuán inteligentes somos o podemos ser. Es un fenómeno mucho más amplio que los colegios, las escuelas, las academias y las instituciones públicas deben tomarse muy en serio, para evitar repetir barbaridades que discriminan y le ponen barreras a cientos de familias que todos los días se levantan con el miedo a que sus hijos, sus hijas, vuelvan a ser rechazados.
Desde niño, muchas veces cada año, me ataca una tristeza profunda, incontenible, que hasta mi diagnóstico parecía inexplicable.
Ante la frustración, muchas veces me herí las manos pegándole puñetazos a los muros de mi casa; en otras ocasiones, me sacaba el pelo a tirones y no podía parar. Las ausencias, los pensamientos intrusivos, el temblor cerebral ante los estímulos sonoros, entregar opiniones a destiempo, tener cierta torpeza social, sobre modular, repetir una misma frase todo el día en mi cabeza, el enojo casi instantáneo sin motivos de fondo, la exageración que muchas veces genera desajustes, la fácil distracción, molestarme e incomodarme cuando alguien me mira fijo, cuadros de agresividad y una extraña franqueza que muchas veces parece falta de empatía.
No conservo prácticamente ningún amigo de la infancia. Mi dificultad para sostenerlos en el tiempo y la facilidad para desencajar al más mínimo giro de acontecimientos, además de la profunda frustración ante los leves cambios de planes y la urgencia por aparentar que era como todos ellos, me impidieron prolongar casi todas esas amistades. Justamente porque no era ni sentía como ellos. La hipersensibilidad y el balanceo regulador son mis principales rasgos autistas visibles.
Siempre me di cuenta. Desde la palilalia de la que tanto se burlaban mis compañeros de básica y que cada cierto tiempo, brota como un eco de la infancia. La palilalia es un trastorno del habla que me hace repetir en voz baja algunas frases que digo previamente en voz alta. De niño ma daba enorme vergüenza y de adulto aprendí a disimularlo cuando, por cuadros intensos de ansiedad, se volvía socialmente un conflicto. Las personas neurotípicas están acostumbradas a habitar el mundo como si todo el resto pensara del mismo modo. Y no.
Eran los años 80, con suerte se hablaba de salud mental en Chile y recuerdo que era muy común escuchar frases como las que comentaba al inicio: "Te pusiste esquizofrénico" o "Pareces autista" o "No seas bipolar". Con esos modos, obsoletos y crueles, la inclusión sigue siendo un verso con forma de ley.