Pareciera que llevo un año de vacaciones, sin embargo, solo han sido cinco o seis días los que he concentrado en estos tres relatos y que pudieran acabar en el doble. Creo que la intensidad de lo vivido este tiempo ha alterado la percepción del mismo, extraño fenómeno, que, sin embargo, no es tan raro, a lo menos desde la perspectiva del oficio de las letras. El texto de Izaak Walton de 1653 "El Perfecto Pescador de Caña", uno de los primeros tratados sobre el arte de la pesca, se desarrolla precisamente en 5 días.
Una tarde, creo que el segundo día en Raúl Marín Balmaceda, tocó ir a ver qué pasaba con los peces de la barra. Tenía claro a esas alturas que las mareas asumían una influencia decisiva en el éxito de mis empeños piscatorios. Y, por lo que indicaba una tabla que revisé en el Internet, había una linda creciente, cercana a la pleamar. Pocas veces recuerdo haber tenido que preocuparme de estas cosas, pero en aguas costeras es algo imprescindible.
Era un día de nubes muy altas, hacía bastante calor, el viento llegaba desde mar adentro y traía sal. Ese aroma pareciera concentrar todo lo que entendemos por océano; pero en esta brisa gruesa ?además- se mezclaban los aromas de un bosque lujurioso siempreverde; me imaginaba que en una partícula que entraba por mi nariz, no solamente cabía la esencia maravillosa de millones de árboles y plantas, sino que también un destilado de pudúes, nutrias, chungungos y todas las maravillas que tiene este sitio.
Pensaba que el que logre reunir estos aromas, concentrándolos todos en alguna poción, pudiera salvar de la nostalgia que les pesa a algunos patagones cuando andan fuera de este pago (Nota Personal: nos falta un monstruo, sí, un Jean Baptiste Grenouille de la imaginación de Patrick Süskind).
Ya en la barra, se sentía como la potencia inmensa de millones de litros de agua salada empujaban, también, a millones de litros de agua dulce del Palena en dirección a sus fuentes. Había una titánica batalla que se daba con cada marea, y todos los días triunfaba el mar, con el consiguiente beneficio para la biodiversidad. Más que una lucha, un maridaje virtuoso.
Había que elegir la mosca que usaría para este mar. Esa tarea la cumplí disciplinadamente al momento de planificar el viaje, así que solo pensaría en colores. Esta vez solo un modelo: una mosca concebida por Bob Clouser el año 1987, blanco-verde, - "nada mejor que un pejerrey para tentar a cualquiera que ande buscando comida"- me dije. Mi caña, potente garrocha para pelear contra el viento, ya lanzaba casi toda la línea. Orgulloso con mi "casting", miré de reojo a una pareja que me veía lejana con un inquieto perro. Un intento, luego otro, variar velocidades y distancias…no tuve pique alguno, era hora de cambiar colores. Turno para rojo-blanco.
Pienso que la gracia de este tipo de pesca es su versatilidad, y efectivamente, el cambiar de color tuvo sus frutos: un gran robalo tomó el señuelo con demasiada violencia, exactamente cuando la marea llevaba río arriba el engaño. Liberé ese primer robalo, y siete u ocho más que pesqué esa tarde de fiesta. Me quedé dos grandotes para la comida, tal vez ceviche.
El día deparaba más sorpresas. Cuando me volvía al hostal, veo a mis nuevos amigos Vanessa y Bastián que estaban cómodamente sentados en la playa, conversando. Les mostré mis capturas, las celebraron. Me di cuenta en ese instante que anochecería en poco tiempo, así que me quedé a contemplar la puesta de sol con ellos. Conversamos muchísimo, me reí demasiado, incluso, les obsequié un par de melodías con mi whistle que siempre está en el auto.
El sol se ponía en Puerto Raúl Marín Balmaceda y, al parecer, para dejar un buen recuerdo, lo hacía con inusitada energía, como si se negara a ocultarse -como si lo estuvieran obligando a meterse en una caja- una caja inmensa, como el cosmos. Sin embargo, la fuerza del universo lo empujó, y nos dejó momentáneamente un cielo coloreado en todos los tonos del naranja, azul y blanco. Todo en esta imagen era excesivo, un mar abierto que rujía mientras subía para llenar los vacíos de la playa arenosa, viento, gaviotas y otras aves marinas se precipitaban entre las olas, un grupo de delfines recorría las aguas someras de ese océano, cerca de nosotros.
Mirábamos el escenario, y guardábamos largos silencios, tal vez algún suspiro. Uno de los que me acompañaba dijo - ¡qué momento! -, no recuerdo si lo pensé o lo dije, y concordé con él - ¡qué momento! Continuará?