Los intersticios de un poblado se muestran en el encantamiento de sus formas, con la escritura de sus polvaredas y el goce de sus habitantes que sienten la vida pasar por si acaso y porque sí. Así es la Balmaceda de José Antolín y Mascareño, metida en un ritmo quieto y sosegado de arpegios que aparecen con los vientos y habitan dentro de todos los encierros, como si viniera a encontrarse de pronto con sus eternos ciclos de frontera, su gigantesco valle de la pampa que se descubre solo a la vista de los hitos y en donde los aviones aterrizan perpendiculares al límite. La pampa de Balmaceda constituye por sí misma el mar tranquilo de la tierra, abierto a los cielos, sus recuerdos en lontananza y una lejanía plena que se abstrae en las distancias.
Es el poblado en medio del valle de la pampa al cual se accede por entradas libres y se sale también así, de tal manera que no hay límites ni cortes, simplemente hay un fin y un principio juntos por donde todo se controla, el clima, el tiempo que avanza y gira, la voluntad de ser de sus paisanos. Como los primeros intersticios, las grietas del tiempo, el tránsito de los mismos espejismos que transfigura el sol a lo lejos.
En 1970 Balmaceda ya había llegado (qué tiempo) y se parecía a una estancia, similar a Ñirehuao, con la diferencia que un cementerio sobre una loma inclinada y cerrado por cerco de madera labrada de tabla puntiaguda, encerraba y protegía a los difuntos, mientras que la misma protección parecía ocurrir en cada cuadra, manzana o esquina, con la presencia de álamos o sauces, de acuerdo al entorno. Un sacerdote llegaba todos los domingos desde la gran ciudad de Coyhaique a una pequeña capilla sin pintar y triste y oscura. Había precarios medios de comunicación, correos y telégrafo en la tenencia de los carabineros y en el aeródromo. También en estancias cercanas. Para ir a la gran ciudad los lugareños contaban con dos micros diarias, la que dependían del arribo de los Lanes y Ladecos. El viaje en bus costaba 10 escudos. Lan cubría dos vuelos diarios y Ladeco dos vuelos semanales sobre una cancha de aterrizaje de 1.776 metros y dos pistas de ripio y pavimento.
¿En qué se trabajaba entonces en Balmaceda? Existía el establecimiento de una vida pastoril trashumante que siempre ha movido ganado ovino en migraciones estacionales, veranada en la cordillera, invernada en valles. Seguía la agricultura, con cultivos de autoconsumo en huertas y quintas, en ese tiempo ya con instrumentos mecanizados. Y la ganadería se atacaba mediante ovinos y bovinos. Por esos días una empresa constructora proyectaba el puente sobre río Oscuro y era la misma que posteriormente levantaría el terminal del aeropuerto. Eso producía fuentes de trabajo. Lo mismo el aeropuerto con un relativamente intenso movimiento aéreo con la Fach y las líneas comerciales.
Fue y sigue siendo famoso el viento en Balmaceda, es el terrible y feroz viento del noroeste en forma constante todo el día con una intensidad grande de entre 20 y 30 nudos fijos, en medio de nubes cúmulos. De pronto irrumpe el viento sureste al que los lugareños nombran el argentino y que cuando comienza a soplar y se termina el otro viento, el constante noroeste, significa que se trata de una lluvia intensa y sostenida de días. El pasado año 1969 se produjeron las más altas y las más bajas temperaturas en idénticas estaciones, declaraba sin ambages el cronista: 20 grados Celsius de calor en Diciembre y 30 grados bajo cero en Junio. Sin embargo, la precipitación pluvial alcanzó en Abril de ese año unos 150 mm y la mínima fue en ese Marzo con 3,8 mm. Su contrapartida, la precipitación nival ocurrió en Junio y alcanzó 34 centímetros, mientras que la mínima marcó 2 centímetros. ¡Qué tiempos, qué de recuerdos! Ir a Balmaceda era muy top porque se iba al mundo a través de ella. Era el puente con el resto del planeta, era la comunicación definitiva, la puerta de todos los cielos y paraísos. Creo que eso sigue igual, nada ha cambiado, Balmaceda respira ese tipo de orgullo, la sensación de ser la llave de paso, el elíxir del paso al nuevo mundo, el poder de las llaves del reino.
Recuerden ustedes que en Balmaceda la configuración agrimensora de Silva nos lleva a imaginar que las viviendas se ubican en el centro de un valle pampero nada más que por una cuestión de mera lejanía, por ese acto de naturaleza que hace enfrentarse a la intemperie a lo que vive escondido en un interior que es propio, en el fondo lo que se transmite al jinete que llega a quedarse porque el encuentro con el anfitrión es amable y acogedor. El río Oscuro es el centro de la conformación poblacional que ahora avanza estructurada y anclada, no como antes que estaba en territorio argentino, al haber núcleos poblacionales aislados que vivían comunicados con las comisiones de límites.
Hoy por hoy, el pobláu se estancó, sus vecinos mueren y sigue el ciclo constante de paz y quietud en medio de la ferocidad del levante invernal. La paisanada vive escondida en los interiores, como si salir significara enfrentarse a la extrañeza de los palogruesos, esos patrones que un día ya muy lejano llegaban con el interés de la usurpación aprovechando la ninguna norma, la totalmente cero ley, la inconsciencia colectiva del ningún control del porsiacaso retén protector. Los balmacedinos se juntan en las carreras, en los bingos, en las fiestas y en las celebraciones aniversarias, viajan donde sus vecinos bolicheros argentinos, a imitación de sus primeros ancestros, van y vuelven enredados en las comparsas de las esquilas, acompañan a la tropa hasta que se pierden. Todo en dirección a su cultura campera porque a los balmacedinos poco y nada les interesan las imposiciones ciudadanas, respirando como dije ese orgullo del único poder que les queda: ser el dueño del llavero para viajar al nuevo mundo.