Antiguamente (a mi edad decir antiguamente es algo así como 40 años atrás o más) era muy humillante que alguien te acusara de haber copiado una idea. En la infancia luchamos por ser originales en esa temprana búsqueda de identidad, un paso necesario, indispensable, que define a las personas. Quiénes somos, qué queremos.

Resultaba entonces muy desagradable para los niños y niñas de mi generación, principalmente para los hombres, que alguien te copiará un chiste, una idea, o lo que fuera. De inmediato el copión era apuntado como un ser poco original que metía las narices en las creaciones de otros para apropiarse de su autoría. En nuestra infancia era algo grave. Era un mundo sin Internet donde todo nacía de nuestras propias cabezas, por lo tanto le dábamos a las ideas originales un valor mayor, precisamente porque era mucho más difícil comprobar que se trataba de un plagio. Y había que hacer algo que hoy se hace mucho menos: abrir uno o más libros para investigar el asunto que fuere.

Hace algunos años cuando comenzó la moda de los trends, con unos bailes calentonamente aburridos que se repetían hasta el hartazgo, me causaba vergüenza ajena comprobar que esas danzas al son de gestos imitados ya habían sido furor en los años 80 y les llamábamos fonomímicas. Otros ilusos creen haber revolucionado las comunicaciones chistosas del siglo XXI con videos en que aparece ellos mismos pegoteado con bastante mediocridad con trozos de entrevistas o apariciones en prensa de variopintos personajes. También fue un boom de los años 80, se llamaban las telechácharas y las inventó un comediante de fuste como fue Jorge Romero Firulete. Hoy son pura copia.

El espejo digital los mantiene engañados, creyendo que han inventado mucho cuando no han inventado absolutamente nada. Mi generación nació cuando decirle a alguien "guatón copión" era incómodo y ofensivo; hoy la mejor copia lleva la delantera y no el producto más original. En un país sin industria como el nuestro es todavía peor: somos la copia de la copia de la copia. Un abismo entre la creatividad y el facilismo.

Haz un ejercicio simple y piensa en cuántas veces han visto el mismo video o escuchado el mismo chiste, declamado por diferentes personas, igual de fome, igual de repetido. Todos diciendo lo mismo todo el tiempo. Mientras todos buscan diferenciarse desesperados para tener una identidad única, la mayoría parece confluir en un punto vacío, lejos del ingenio y la novedad, donde lo único que basta es que a alguien le guste lo que estás haciendo, sea algo brillante o sea lo más estúpido del mundo. A veces extraño mi infancia y esa sensación de vergüenza ajena que tanto se ha perdido.