Recuerdo con mucha vergüenza que después del estallido social de octubre de 2019 estuvimos cerca de dos años sin varios semáforos en las principales avenidas de Coyhaique. Era el reflejo de un abandono histórico de la Región de Aysén que queda de manifiesto cada vez que las urgencias no son tan urgentes para Santiago, lugar desde el que todo se decide. Se sabe: en nuestro territorio contamos con administradores del poder central y se hace lo que Santiago dice.
Es muy difícil intentar hacer algo distinto, siempre hay que esperar que alguien a 2 mil kilómetros decida qué es lo mejor para este puñado de sureños, cuyos votos no tienen ni media relevancia en una elección nacional. Y esto, ¡pucha que se nota en un año electoral!
Este abandono nuevamente se visibiliza ante las cifras macroeconómicas entregadas recientemente por el Banco Central de Chile y que ubican a nuestra Región de Aysén en el peor lugar: mientras todo el resto va hacia arriba, las y los aiseninos se desploman. Y no es una exageración. Se trata de una caída del 9,7% en el Producto Interno Bruto. Este negativo desempeño económico contrasta con el promedio chileno que aumenta el PIB en un 2,3%. Es decir, solo Aysén baja el promedio nacional.
Rápidamente, voces regionales acusaron abandono del Estado y falta de inversión, aunque ambos factores quedaron fuertemente instalados desde la pandemia del Covid-19. En todo caso, ese 2020 todo el PIB de Chile se contrajo un 5,8%, la mayor caída desde la fuerte crisis de 1982.
Cuando uno ingresa a Coyhaique por el norte, lo primero que ve es un puente-promesa que todavía no se puede cruzar. Lleva un tiempo más que prudente y me temo que en ciudades como Viña del Mar o Concepción ya estaría terminado. El abandono que es centralismo, soberbia y egoísmo, en toda su magnitud. Y si hablamos de puentes, podemos citar el de la Piedra del Indio, recién reabierto al tránsito, después de más de dos años; ¿adivinen por qué? Exacto. Por abandono.
Esta situación parece ser un laberinto sin salida porque cuando hacemos estos alcances nos responden que "ustedes son muy pocos", "no hay mercado", y pasan las décadas y crecemos de a poquito y muchos siguen soñando con grandes tiendas, centros comerciales, calles bien pavimentadas, un cine, veredas transitables, accesos a productos que nunca llegan y un desarrollo que, si es esquivo en el norte, acá es sencillamente una quimera.
Una ciudad carísima, con escasa infraestructura, pocas camas y malos precios, pocos vuelos, un tiempo hostil y donde "el que se apura pierde el tiempo", no es para nada atractivo para la inversión. Más bien, es un desincentivo. Y todo ocurre muy a pesar del beneficio tributario de que goza Aysén, pues a todas luces es insuficiente.
"Es que Aysén no es rentable", me dice una amiga mientras come un puré con huevos fritos. Es triste, es cierto. Pero hacerlo rentable es urgente.
Es urgente conocer qué harán las autoridades regionales (dentro de lo que pueden hacer en este hipercentralismo) para aumentar los atractivos de inversión y salir de esta situación que está afectando el consumo, el empleo, los ingresos familiares y, a la larga el bienestar social. ¿Existe un plan? ¿O seguiremos en este triste abandono?