Ya van a ser 65 años que los de mi generación transitamos hacia allá, la orilla bendita, el acceso y el nudo final, el sabor a mar y aroma de sal a algas. Desde Aysén son sólo unos 15 kilómetros, que antes sorteábamos en mucho más tiempo porque llegando a las orillas del río allá cerca de los carabineros, nos esperaba la balsa con roldanas y corrientes de río salvajes con cadenas, animales y vehículos. Algo inolvidable que nos toca a todos. Desde que el viejo marino Simpson dispusiera un lugar de abrigo para sus cansinas jornadas, ahí se quedó el nombre, las selvas más tupidas, el frío más intenso, la soledad más impresionante. Ya he puesto aquí sus cuatro viajes, así que pasamos de largo por eso y nos adentramos al tiempo que viene, a la organización y al despeje, al incendio que libera y desembaraza y que es el encuentro con la organización original.
¡Dónde estaban! Pero no puedo creerlo que yo tenga en mi poder esas escenas orales contadas de los tiempos de 1907, de gentes que estuvieron ya en esos años en Chacabuco! Pero cómo si la historia… es que no hay historia oficial, y volvemos al mismo punto, de donde no saldremos quizás en cuantos siglos todavía, a no mediar por los buenos oficios de alguien que por ahí merodea para forjarla, familiarizarla, construirla por fin y no sigamos escuchando pinceladas que cada cual inventa a su manera. ¿Historia? ¿Para cuándo? Apura el paso, Hernán.
Efectivamente un anciano casi en sus últimos resuellos ya me dejó contado sobre los despejes de tantas áreas en el Chacabuco de los años diez, cuando era un montón de humos y arrasamientos, en que selvas completas estaban por años ardiendo hasta que se veían las montañas por primera vez y entonces empezaba una nueva jornada de limpieza, ordenación y ese darse cuenta dónde uno se encuentra después del incendio. Otro, el famoso viejo Villegas, de quien Manolo me cuenta sobre sus hazañas sexuales aún a sus 102 años, ahí mismo en la casa vieja de su casita del puerto, me contaba de la cantidad de chilotes contratados que trajo la compañía para hacer rugir las selvas. Todo estaba confabulado para derrotar las selvas y abrir caminos por años y dejar pasar la luz del sol para que se vean las puntitas de los montes por fin después de tanto tiempo carajo. Don Ismael me tienta para seguir buscando viejos, pero ya no quedan, no están los que sabían detalles, entrevisté a más de mil. Humos allá y acá, trabajos de despeje por años. Después, los aserraderos y el encuentro con la organización a la par con las construcciones, los lancheríos chilotes que arribaban ahí amparados y guiados por los sabios lobos de mar, guarecidos del viento en las radas de abrigo del Chacabuco sin molos ni balizas, sólo el tempestuoso mar y si te he visto no me acuerdo.
Pero después de eso comienzan los segundos tiempos, los de fines de los 40 cuando aún funcionaban dos puertos, el viejo emplazamiento del Aysén de los grandes movimientos y el puerto Dunn donde se ocupaban los cargamentos y descargues de maquinaria y maderas y que funcionaba para algunas naves especialmente administrada por las compañías ganaderas.
Esas mismas autoridades que tomaron la decisión de formalizar el puerto de Chacabuco en reemplazo de Pto.Aysén por los inopinados problemas del embancamiento, no hallarían una forma mejor de alabar la propuesta y la aprobación por ese tipo de determinación que, a la postre, fortalecería la actividad naviera a mil.
El año 1953 se comienza a construir el muelle, a cargo del ingeniero Félix Rehbein Marín, acompañado y asistido por una serie de personas de la época, recordamos a Cosme Herrera que era jefe de la cuadrilla de obreros especializados. El mismo ingeniero junto a su familia se instala a vivir en Chacabuco. Era casado con doña Laura Gutiérrez con quien tuvo ocho hijos. A ellos se suma otra vecindad chacabucana, la familia Levín y los Poblete, los Avendaño, con doña Bertita que en cierta ocasión me hizo ir a su casa en lo alto, para contarnos tantas historias de los incendios y de su viejo que iba y venía y que trabajaba en labores de puerto. Los Carimanes, los Valenzuelas y Barrías.
No hay que dejar de lado los recuerdos cuando llegaban los barcos alemanes y comenzaba esa flota de estibadores a dejar en bodegas gigantescas los cargamentos de cajas y cajones de mercadería importada , en plena época del Puerto Libre, que funcionaba a las mil maravillas en los años 60. No se van de la mente del niño las imágenes de esas gigantescas naves sitas en la bahía de Chacabuco y que causaban alborozo supremo. Sólo vienen a quedarse los nombres de dos de esos barcos alemanes: Rheinstein y Wiedestein. Y las carreras que hacíamos los días de liceo, llevando todo nuestro entusiasmo primero hasta el recordado Puerto Piedra y luego hasta cubrir los 15 mil metros hasta Puerto Chacabuco.