Lejanas las fiestas de fin de año ?y la consecuente redistribución de grasas, y alza de peso - me dispongo a "pensar" que ya han pasado 4 meses desde que me dije: - "haré un break del gimnasio para disfrutar las fiestas"-.
Pero después vinieron las vacaciones, las que me tomé por parcialidades, ya que, fungiendo de cuidador, con adultos mayores no es posible extenderse demasiado por la nostalgia que les baja de súbito, a saber: por sus pagos, sus perros, sus gallinas, frutales, nietos, etc. (aunque la mayor parte del año estén sin su ahora atenta preocupación).
En esas vacaciones "fui yo mismo" en los goces de la mesa vernácula y el mosto patrio.
Y bien, un buen día me dije que había que retomar la senda de la salud. Y así volví una buena mañana al gimnasio. Evidentemente todas las tenidas para semejante labor estaban bastante ceñidas a mi cuerpo, a diferencia de la primera quincena de diciembre del año pasado. Preocupante.
Me recibe sorprendido el instructor, que me pone cara de "tanto tiempo", le explico lo inexplicable. Seguro que no soy el primero con este tipo de excusa, así que rápidamente me lleva sin hablar una sola palabra a la zona donde comenzaríamos ?más bien retomaríamos- una práctica interrumpida por varios de los 7 pecados capitales.
En el área, me dice que hay que hacer ejercicios de activación, que en mi caso serían de reactivación. Ando solvente en eso. El problema, acaso como la primera vez, es la elíptica cuya forma, hoy, si la he de mirar bien y con mucha imaginación, asemeja a un instrumento de tortura: Torquemada la vería con simpatía.
?"50 calorías, Patricio, no excedas de eso"-, me dice serio el instructor. Regulo la máquina, y, en efecto, cuando llevaba como 15 calorías quemadas, algo murió en mí y entendí la razón de lo poco ambicioso del ejercicio: el sabio entrenador conoció inmediatamente mis limitaciones. Y eso que incluso, en un principio, como que me sentí ofendido por el hecho de que mi "reintroducción" a la elíptica fuera tan modesta. Con dificultad terminé el ejercicio, derribándome sobre una colchoneta.
Luego: ¡cuerpo a tierra, planchas altas, planchas bajas, escaladores, abdominales! incluso un balón de 10 kg. que debí mover de acá para allá. Comentario aparte merece la crujidera de articulaciones, músculos, ligamentos y todo lo que pueda emitir sonidos en mi organismo; extraño fenómeno que no experimenté la primera vez que comencé mi periplo por el gimnasio (Nota personal: también a eso le llamarían fatiga de material) Sin embargo, los ejercicios fluían bien; claro, el entrenador me dijo algo que me pareció sensato y hasta poético: que el cuerpo tiene memoria, idea que me rondó toda la sesión, pero ella no estaba para esas reflexiones: ¡Un, dos, tres, cuatro, descanso y vamos a otra serie!
Ese día terminé exhausto, con la satisfacción de retomar una práctica saludable. ¿Dije satisfacción? Esa parte empezó a diluirse en cuento empecé, ya tarde, a experimentar una serie de dolores que comenzaron leves, con permiso del lector, en la entrepierna, para proyectarse en extensión e intensidad a todo mi cuerpo. Diría que, de existir, hasta mi glándula pineal estaba adolorida, costaba pararse, sentarse, estar acostado, abrazar a los habitantes de la casa, en fin, todo lo que nos hace humanos.
Pienso que vi solo una compañera del año pasado, y efectivamente, luce delgada y tonificada. Sin duda fue rigurosa, lo mejor de todo, es que empíricamente mi razón entendió que toda esta parafernalia funciona, los dolores pasarán, como todos, cosa que he aprendido con creces estos años. ¡Endorfinas vengan a mí!