Ese primer día en el gimnasio comprendí que cualquier idea sobre moda deportiva que tuviera a la fecha estaba atrasada unos 30 a 35 años. Y lo grafico en el cine. Los que gustan del director Wes Anderson recordarán su película "Los Excéntricos Tenenbaums" (2001). Es del caso, que la tenida que yo imaginaba para mis nuevas actividades se acercaba bastante a la de Richie Tenenbaum (Luke Wilson), campeón ochentero de tenis, es decir, pantalones cortos ajustados, zapatillas de la misma década -con poliuretano inyectado, obvio-, polera con cuello y cintillo. ¡Ah!, y con calcetines hasta poco más abajo de la rodilla.
En efecto, ante semejante bochorno se impuso la idea consultar a mi hijo. Y heme ahí un buen día, gastando mis emolumentos en ropa deportiva, cosa que había hecho solo en las oportunidades en que adquirí alguna prenda para pescar, suponiendo, claro está, que la pesca de truchas pueda considerarse una actividad deportiva.
Pantalones. El lector principiante tiene dos opciones: o hace ejercicio con pantalones cortos de un tipo de material algo sedoso, semi brillante que permite ventilación y sujeción de aquellas partes que lo requieran; o usa un pantalón largo de similar tela. Me compré tres en una liquidación totalmente descriteriada: - "es que los chinos se volvieron locos"- dijo mi padre.
El rubro calcetines fue para mí una revelación, y entendí que esos minúsculos soquetes que solía encontrar desparramados en la casa paterna, no eran pretérito testimonio de las calcetitas que usaba mi hermana con falda, zapatitos de charol y sus dos bellas trenzas de niña: eran nada más y nada menos que calcetines deportivos, que sobrepasan apenas el talón. Eran probablemente de mi hijo, y sigo sin entender por qué tan cortos.
Poleras. Si bien es cierto podría (y así lo hice) usar la misma que suelo llevar de pijama, vi que los usuarios del gimnasio vestían unas muy llamativas, con diseños que sentí daban velocidad y brío, como en el caso de esas etnias aguerridas que se pintaban rayos, alas o las manchas del jaguar para emular su velocidad y fiereza. Me compré tres, mismo material que los pantalones.
Zapatillas. Ahí la cosa se dispara, y requerí la asesoría integral de mi retoño otra vez. Ya en la tienda, vi estanterías llenas de ese calzado, y fui víctima del blablablá indescifrable del vendedor sobre las infinitas aplicaciones de cada uno de estos aparatos, que los hay de todos los precios, para todas las actividades y estados de ánimo diría, describiéndomelas íntegras al parecer, dado el largo de su inducción.
Al final me desconcentré y solo veía al buen hombre que gesticulaba con entusiasmo, mientras su voz se perdía tras la bruma, para terminar por desaparecer en la tienda, incluido mi hijo, al cual perdí esa tarde. Salí de pronto con un par de zapatillas que mezclaban, sin una lógica explicable, celeste, rojo intenso, amarillo y blanco con aplicaciones en negro. Pensaba, que si ellas hubieran sido algún tipo de batracio probablemente serían venenosas, como esas ranas amazónicas que el creador ha dotado de colores lisérgicos e indecibles venenos para su protección.
Así me armé de un equipo básico para mis sesiones en el gimnasio. El cintillo lo reemplacé por un gorro que absorbe el sudor que expele mi frente y cuero cabelludo, siento además que me da carácter y me rejuvenece unos diez a quince años. Continuará…
Patricio Ramos R. Ciudadano. ecolegis@gmail.com