Un doce de diciembre del año 1937 el subdelegado don Maximiliano Casas Barruel se constituía en una visita extraordinaria en la recién fundada escuelita de El Blanco llamada Escuela Mixta Nº 4 y que funcionaba provisionalmente en la casa habitación del vecino José del Carmen Sáez, quien recibía por concepto de arriendo por parte de la comunidad la suma mensual de ciento cincuenta pesos.
El señor Casas Barruel presidió aquel día una breve reunión de pobladores efectuada en el mismo local con el fin de tratar el único punto de la tabla que era la asignación de un terreno definitivo que permitiría construir una nueva escuela. Se estaba considerando el ofrecimiento de donación de un terreno que para tal motivo habían efectuado los señores Roberto Montenegro y José Tomás Baeza.
Durante la improvisada reunión se tomó conocimiento de que, a iniciativa de la actual directora de la Escuela, señora Florángel Vidal de Andrade se había formado el primer comité o Directorio del plantel educacional, el que quedaba formado por los siguientes apoderados y vecinos: Presidente, don Armando Rojas Ruiz; Secretario, don Roberto Montenegro; Tesorero, don José Tomás Baeza; y Directores señores Florángel Vidal, Roberto Jaramillo, César Barros, Juan Seguel y Zacarías Aros. Dicho comité de vecinos se propuso la iniciativa de reunir fondos necesarios para construir un local donde funcionara efectivamente una escuela debidamente acondicionada que fuera capaz de dar cabida a la creciente población de educandos que se incrementaba cada año. La Directiva ya había logrado reunir los primeros fondos a través de incesantes trabajos de recolección y concientización a los mismos vecinos y pobladores, iniciándose de inmediato la elaboración del primer maderamen indispensable para el levantamiento del edificio que se estaba proyectando, el cual tendría dimensiones de ocho por diez metros, según planificación que obraba en poder del contratista y cuyo costo se estimaba en alrededor de 15 mil pesos.
Consultados los pobladores presentes en la histórica reunión, se lograba acuerdo unánime para aceptar la donación del terreno hecha por don Jorge Tomás Baeza por su mejor ubicación y condiciones. A insinuación del subdelegado Casas el señor Baeza decidió ofrecer al Estado para la ubicación de la escuela tres hectáreas de una extensión plana situada dentro de su campo, ubicado al lado norte del camino a unos cuatrocientos metros al oeste de lo que era su casa habitación. Las tres hectáreas donadas serían elegidas por los miembros del comité de vecinos. Sin embargo, se leía en la constancia del subdelegado un dejo de insatisfacción por el nulo compromiso por parte del Estado en lo relacionado con mobiliario, debiendo ser costeado en su totalidad con el aporte de los vecinos que también se hacen cargo del pago del arriendo.
Con una matrícula de sesenta y tres alumnos comenzaba a funcionar en aquellos años la primera escuela del sector, con un entusiasmo sin precedentes por parte de los educandos y sus padres, la mayoría de los cuales concurrían cabalgando al local, donde una orgullosa bandera chilena ondeaba día a día. La asistencia de estos mínimos educandos era atendida en una sala mínima, que seguramente servía de comedor o cocina de la casa habitación de Baeza y que alcanzaba unos tres o cuatro metros cuadrados.
Dos meses más tarde, en Febrero de 1938, la directora licenciada Florángel Vidal y el Inspector Escolar de Aysén y Quinchao visitaban el sector, imponiéndose de varios detalles que vuelcan en el informe, escribiendo que a primera vista la escuela produce una muy buena impresión no obstante la estrechez del edificio provisional donde funciona, en el cual se aprecia orden y aseo. También se da cuenta el inspector que la escuela carece de mobiliario mínimo para funcionar y que los apoderados deben iniciar cuanto antes una campaña de recolección o construcción de muebles.
Los libros están al día y en orden, pero no existe inventario de mobiliario escolar porque el existente pertenece a los pobladores y funciona como préstamo. La enseñanza se imparte de acuerdo a criterios técnicos que informan la pedagogía y conciliándola con las circunstancias y medios de que se dispone, lo que revela en la Directora un alto espíritu profesional muy poco común en estos lugares donde se carece de todo.
Finalmente, durante su inspección, el señor Díaz, en cumplimiento de la función encomendada dejaba constancia del buen pie en que se encontraba la escuelita y del ascendiente de que gozaba la directora entre los vecinos y alumnos, lo que le permite realizar una eficiente labor.
Al mismo tiempo, el grupo de entusiastas vecinos de la localidad se comprometía mediante un testimonio rubricado con sus propias firmas, de aunar todos los esfuerzos tendientes a habilitar una nueva sala de clases, mientras se iniciaban los trabajos de construcción de la escuela. Junto con comprometerse a colaborar en todo lo que fuere necesario para cimentar el futuro de sus hijos, tan necesario para el crecimiento de la zona, ellos adelantaban su preciosa rúbrica, donde se leen sus gentiles nombres y apellidos, los que hoy engalanan a la historia: Gonzalo Muñoz, José Luis Ganga, Onofre Vega, Roberto Jaramillo, Matías Pardo, Miguel Parra, Florentino Carrillo, José del Carmen Sáez, Roberto Montenegro, Abraham Asmutt, Juan de Dios Jara Zambrano, Remigio Martínez, Nicasio Acevedo, Orozimbo Yáñez y Hermógenes Mora.
Las escuelas en las localidades nuevas siempre han constituido los inicios de los núcleos poblacionales, construyéndose incluso primero que los poblados. Ellas representan el símbolo de toda semilla, el crecimiento y el vigor necesario para que los niños se reúnan para la formación.