La desconfianza ciudadana

En pleno periodo electoral, surge la inquietud ciudadana por conocer propuestas y programas de los distintos candidatos y candidatas, pero siempre está presente un gran obstáculo que dificulta una mayor cercanía entre las partes; la desconfianza.
Hoy es todo un tema abordarla porque el deterioro de la credibilidad de la actividad política es categórico, y la gente simplemente se resta, cierra la puerta, rechaza el volante y ningunea permanentemente a las y los políticos, una señal, una actitud muy difícil de revertir. Ese desapego, esa distancia, es fruto de múltiples factores, pero responsabilidad exclusiva de los propios políticos. En periodo electoral o en cualquier otro escenario, los habitantes de Aysén esperan que comiencen a advertirse señales positivas, que los ámbitos económico y productivo comiencen a mostrar señales de reactivación y así se pongan en marcha nuevos proyectos, nuevas ideas, nuevos emprendimientos, y se genere en la región un clima de optimismo que tenga un correlato en todos los rincones del territorio.
Esa máxima ha sido constante y un anhelo transversal de la ciudadanía, porque cuando le va bien al Gobierno, nos va bien a todos, el bienestar se advierte y se instala en la comunidad una gran certeza, y desde ella, queremos que nuestra región y sus habitantes sean los principales protagonistas de un proceso en el que nadie sobra, sino que, por el contrario, todos somos necesarios.
Y más allá de la contingencia y del clima de permanente controversia de la clase política, las expectativas de la ciudadanía siguen puestas en una auténtica reactivación y en un efecto multiplicador que permita generar empleos y dinamizar la economía. Se trata de aspiraciones que por cierto no tienen sesgo ideológico, sino que simplemente representan la esencia más pura del sentido común y de los legítimos anhelos de cualquier ciudadano y ciudadana de este país.
Por tal razón, todos y todas anhelamos desarrollo y evidencias concretas de su impacto en las personas. Siempre, con certezas, optimismo y metas claras, es posible avanzar y encontrar ese justo equilibrio que se genera en toda sociedad democrática, que aspira a mejores condiciones de vida, a un mejor índice de desarrollo humano, equitativo, solidario e integrador.
Y para ello, la colaboración público-privada es claramente una alianza fundamental para despegar, para reactivar y para asumir los nuevos desafíos con la fuerza y la convicción que un propósito como este requiere.