Los primeros cinco frailes que prepararon valijas desde Italia para viajar hasta Aysén fueron el principalísimo guía Tomás Sgualdino, Antonio Michelato, Anastasio Bertossi, Antonio Balasso y Mario Caccia. Estamos hablando de un 16 de Septiembre de 1937 y todos ellos pertenecían a la orden religiosa de los Siervos de María con asiento en Florencia, aunque los cinco nombrados eran de la región del Véneto, de donde provenían.
En Noviembre del mismo año, dos meses más tarde, entreverados en el embrujo portentoso de un territorio virgen llamado Aysén, llegan embarcados en el vapor Coyhaique.
Dos puntos de este proceso confluirían estrechamente en la vida de este cronista. El haber tenido como profesor de Dibujo al padre Anastasio Bertossi en el viejo establecimiento de la iglesia durante 1962 en la vieja casona del primer liceo, y el hecho de haber dormido una semana y alojado en la casa pequeña donde se alojaron ellos, ubicada al lado de la parroquia de Puerto Aysén, una casita mínima de color amarillo que dudo que en este momento exista, y que revelaba una vejez tan propia como el aire que los puertoayseninos respiran cotidianamente. Al llegar estos sacerdotes al humedal del poblado, vivían allí unas dos mil almas y para entonces el puerto era la capital de la provincia.
Ya han escrito otros sobre esto. Me subo a algunas crónicas privadas de la comunidad y me deleito con estas líneas: “…el día siguiente a su llegada, el padre Michelato salía a las 5 de la mañana rumbo a Coyhaique acompañado por don Guillermo Weisser a fin de conocer el pueblo del cual debía hacerse cargo como capellán”. Lo que quiero atacar hoy es de qué manera heroica y llena de oblaciones y hasta quijotadas, estos cinco valiosos hermanos, jóvenes espíritus servitas de los principios, iniciarán, a partir de entonces un largo periplo de reconocimiento y evangelización abarcando grandes distancias por un territorio sin caminos y sin vehículos, solamente utilizando cabalgaduras, incluso algunos de ellos sin ninguna experiencia en las lides de cabalgar. Pero así y todo, en contra de todo pronóstico, con los objetivos siempre cumpliéndose. Veamos por qué.
Cuando llegaron los Siervos de María había una provincia funcionando con subdelegaciones mientras se vivía ya el ambiente de la regularización y asignación de tierras en casi todos los puntos donde llegaron los primeros núcleos poblacionales a instalarse. Recuerden que había ya funcionando además, tres sociedades ganaderas en las llamadas concesiones por arrendamiento. Y entonces ni se pensaba en caminos terminados y lo que había comenzado como una apertura titubeante por los de la comisión de Límites, recién habían avanzado algunos tramos, por lo que no existía red caminera alguna como ahora. Pero por suerte sí había una entrada de senda, una senda de penetración que abarcaba desde el puerto hasta la antigua Balmaceda, ésta última confundida con los coirones de la pampa argentina.
Digamos entonces, para colegir, que la única alternativa de desplazamiento por aquellos días la constituyó el caballo, para lo cual se requería de un mínimo de destreza y además, una meridiana aptitud corporal y física que impidiera consecuencias penosas. Se recuerda por ejemplo el caso de un religioso servita de esos cinco que llegaron primero, que en uno de esos viajes a Lago Verde, al llegar a destino no pudo sobreponerse a tantas horas de cabalgata, debiendo ser bajado en camilla y depositado en una cama, en la que permaneció recuperándose por varios días. En algunos de estos casos se optaba por alcanzar las grandes distancias en automóvil, debiendo hacerlo desde el país vecino para luego adentrarse a los puntos más cercanos utilizando el caballo.
Para conocer algunos movimientos de estos sacrificios iniciales, los apuntes de los registros de aquellos viajes oficiales de los primeros servitas nos llevan a conocer por ejemplo el movimiento de Anastasio Bertossi en 1939, que fue por dos meses a misionar a Lago Verde, Palena y Chaitén; el de Antonio Michelato y Gabriel Cola, quien en 1942 realizan la misma misión por un par de larguísimos meses, alargando su cometido los años 41, 44 y 45 hasta la verde Futaleufú donde se inicia a su llegada la erección de una primera capillita primero y una casa parroquial después. El mismo Michelato tiene la virtud de misionar Valle Simpson, Balmaceda y el Ibáñez. Y en Balmaceda también solicitan la erección rápida de una segunda capillita recreada similar a la de Futaleufú utilizando los mismos fundamentos técnicos y de diseño, obviamente una mediagua tejuelera.
Mientras tanto hacía lo propio Tomás Sgualdino en la cuenca del gran lago General Carrera, siendo rápidamente secundado por Bertossi y Molinari y principalmente por Michelato en 1939. Dos años más tarde se solicita también en forma urgente un sitio formal para que Chile Chico también cuente con su propia capilla, además de la casa para el sacerdote. Pero no es hasta dos años más tarde, en 1943 que se iniciaría su construcción, con la recíproca unidad de todo el pequeño poblado, teniendo que involucrarse la comunidad con materiales y obra de mano para darle el original toque de incorporación comunitaria a la obra. En forma paralela, ya se comenzaba a convertir en algo familiar la imagen de los curitas montados a caballos avanzando por las comarcas y ganando distancias para cumplir con sus importantes misiones. Tanto Michelato como casi todos esos entregados misioneros, nunca dejarían de llegar hasta lugares tan distantes y apartados como Guadal, Bertrand y toda la zona del Baker.
Para quienes todavía no puedan imaginarse esto, baste decir que los jóvenes servitas permanecían en sus caballos mucho tiempo, y como ahora se puede hablar así, porque los tiempos han cambiado, llegaban con el traste a dos manos a tirarse en algún trinche para que sus huesos descansen, mateaban, comían, bebían, después de lo cual, al día siguiente se reunían con los campesinos tratando de hablar inmediatamente con todos para invitarlos a tejuelear, aserrear palos de los mejores árboles, enseñarles técnicas de amordazamiento y erigir la primera capilla, cosa que duraba unos buenos quince o treinta días. Cuando regresaban era sólo para inaugurar y sacramentar con bendiciones la construcción.
Cuando regresaban a caballo, era para dirigirse a otros lugares donde ya habían hecho lo mismo. Y luego regresaban para hacer uso de aquella primera capilla. Es de imaginar que imágenes sagradas, efigies, vitrales, mobiliario o adminículos sagrados para las consagraciones, nada. Tampoco mucha comunicación ni diálogo religioso, ya que antes las misas eran en latín, cero comprensión sobre qué estaba ocurriendo durante el bendito misterio. Otra cosa distinta venía posteriormente, cuando se realizaban casorios, bautizos, primeras comuniones colectivas. Lo mismo las misas de difuntos e incluso entierros cuando tocaba la casualidad de que estando ahí los curitas se moría algún vecino.
Poco a poco esta labor misional redundaría en frutos, los más importantes los centros de oración y consagración por medio de humildes capillas que convertían los lugares en algo incomprensible y misterioso, pero dotados de maravillosas señales que emocionaban a la mayoría de los integrantes de aquellas pequeñas comunidades.
Huelga comentar por último que estos primeros cinco servitas, los primeros que llegaron, tuvieron distintos destinos luego de sus heroicas misiones iniciales. Michelato adquirió un férreo compromiso misional. Ya conocemos su triste destino en un accidente de aviación. Mientras tanto, Felipe de Pretto se quedó en la orden puertoaysenina, estudió música y se capacitó en redes eléctricas. Felipe Molinari enfermó en 1943 y tuvo que viajar a Santiago para una larga recuperación. Antonino Balasso correría la misma suerte. Y el hermano Mario Caccia tomó la decisión de solicitar su retiro antes de morir de pena y soledad, luego de lo cual sería maestro de escuela en Puerto Deseado.