Por estos días de finales de inviernos, me dan ganas de dejar de lado mis crónicas, tal vez porque tengo la leve corazonada que vendrán aires distintos y ventoleras de transformación. Procuraré en esta crónica abandonar por un instante mis aires profesorales, y hacer un alto en medio del estupor donde se me planta enfrente un Coyhaique decadente, a punto de entrar directamente al nonagenarismo que es la puerta del siglo. No es eso lo que me preocupa, sino más bien sentir el horror de mi permanencia como postizo historiador dentro de una comunidad que siempre lo pensó así, sin yo jamás serlo ni poseer pertinencia en ese campo. Eso por una parte. Dije sentirme rodeado de dos personajes que rayan en lo más preclaro de las relaciones humanas del mundo del arte, la historia y el patrimonio como es el caso de Hernán, quien se enredó con nuestro afán rescatador y viene a quedarse por un largo tiempo para esclarecer nuestros orígenes. Junto a él, nada menos que un ex director de Informaciones de la ONU, quien viene por segunda vez a verme y me repite tantísimas maravillas del piloto de Lago Verde, nuestro amigo común Eduardo Simon, ya viejo y cansado, aunque lúcido, vigente y queridísimo por los aiseninos.
Bien. Todo esto que viene a pasarme por estos días y que coincide con el advenimiento de la primavera, intenta abrirme el apetito intelectual (no es fácil que a uno lo busquen dos grandes hombres, catalogados como importantísimos en sus ámbitos), y que dentro del solitario ambiente de erudición de mi librería LeoLibros del Paseo Horn, se queden escuchando algunos de mis planteamientos o leyendo algunos de mis libros, especialmente el último recientemente lanzado y entregado a todos los colegios de la región y que lleva el mismo título de esta columna porque pertenece a ella como compilación novelada.
Es un orgullo tenerlos de mi lado. Tanto Volker, un gringo germano, altísimo y grato charlador, como también Hernán, joven restaurador patrimonial con experiencias en Chiloé y Quinta de Tilcoco en la sexta región, simpático y cálido, amante de su historia y de su oficio de preservador de templos centenarios y casas de adobe. ¿Qué buscan ellos entre nosotros viniéndose a quedar o pasando raudamente? Deben estar buscando algo aquí, me llenan la cabeza de proyectos, descripciones, disquisiciones increíbles y puntos de vista llenos de profundidad sobre nuestro futuro y queriendo aprender sobre nuestro pasado, tarea bendita que hemos estado esgrimiendo desde 1986.
Volker (es su nombre de pila), llegó preguntando tantas cosas, Hernán también. Y yo al medio, lleno de ínfulas, orgulloso hasta el tuétano de sentirme depositario de sus dudas y afectos. Cualquiera hoy se quisiera este tipo de personas en su lugar de trabajo, como si fueran amigos de toda la vida. ¡Qué magnífico estilo, qué manera de plantear las cosas que saben!
Se los presento. Volker trabajó muchos años en México como Director del Centro de Información de la ONU y obtuvo el cargo, en tiempo en que Kofi Annan era Secretario General del organismo internacional. Asumió funciones el 2004 sucediendo al jubilado Víctor Escudero. Pero es sólo el principio, porque mi visitante a Leolibros la semana que pasó, me dejó una impresión demasiado bella, debido a su amplia trayectoria y extraordinarias dotes. Imagínense que este hombre tiene una extensa experiencia en información pública, incluyendo más de dieciocho años de servicio con el Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas. Se desempeñó como Jefe del organismo en Santiago desde 1986 hasta 1995, siendo luego Director del Centro de Información de Naciones Unidas en Bogotá; de 1996 a 1998, fue Director del Servicio de Información de Naciones Unidas en Viena, y entre 1998 y 1999, trabajó como Director del Centro de Información de Naciones Unidas en Asunción. Desde 1999 en adelante se desempeñó como Director del Centro de Información de Naciones Unidas en Bogotá, brindando apoyo informativo también al Asesor Especial del Secretario General para Colombia y actuando como su vocero. ¡Fantástica visita! Se llevó mi libro y viajó muy recomendado para leer Memorial de la Patagonia cuando llegue a Santiago. Me contó una infidencia: Esta noche voy a Lago Verde, le llevo tu libro a Eduardo, me preguntó por él, es el otro libro recientemente lanzado Las Huellas que nos Alcanzan.
¿Y quién es mi otro visitante? Tiemblo de emoción, pues se trata de un tipazo, movedor de continentes e islas en un afán cultural sin precedentes. Corría el 2002 cuando Hernán llegó a la Isla de Chiloé. Gracias a recursos del Proyecto Sustentable para Chiloé y Palena, fue nombrado Director Ejecutivo para restaurar casi todas las iglesias del archipiélago con una inversión proveniente del BID. El Secretario Técnico de la Fundación era entonces el amigo Hernán, quien nos visita y vive entre nosotros. Y me viene a ver muy seguido a Leolibros y asegura que se siente muy a gusto y fascinado por la profusión de títulos que encuentra cada vez que viene.
La pregunta es obvia. ¿Será mejor que nos encontremos con nuestros pueblos proyectados en grandes cosas para no repetir tanto los estadios pasatistas? ¿Qué pasaría si esta columna transmite en una frecuencia diferente y se dedica a una forja creciente de lo que viene después de lo que he estado machacando durante años, de lo que está sucediendo y de los tentáculos que Aysén está ofreciendo al mundo? Sin duda un buen punto. Con la señal de nuestros visitantes, que buscan insigths desorbitantes para despertar la conciencia de la maduración, estoy seguro de que algo bueno ocurrirá en un futuro super cercano. Yo tengo confianza y mis nuevos amigos colocan un signo, nos traen una potente postura de crecimiento, nunca antes soñada. Esperemos. Algo bueno tiene que pasar a partir de ellos.