La facilidad con que una horda variopinta de seres opinantes se toma los medios para ningunear a la ciudadanía es abismante.
Nos hemos acostumbrado a que los infames matinales de televisión traten a la dueña de casa como si fuera una persona estúpida sin ninguna educación, ni sentido común. Repiten frases como "para que la gente entienda en sus casas" o "lo explicaremos en lenguaje simple". Lo increíble es que hacen todo lo contrario porque muchas veces es justamente el lenguaje lo que menos dominan.
Ejemplos sobran. "El chileno medio no entiende", decía hace algunos días el agotador alcalde Rodolfo Carter, que se jura líder de no sé qué cresta y lo más probable es que no crezca mucho más allá de sus votos floridanos. "¿Conoce la palabra liderazgo?", le preguntó una vez a un colega periodista, intentando de ese modo responder con inteligencia a un cuestionamiento, pero rápidamente se convirtió en muchos memes, que es donde más lo veo al personaje aquel. Por lo demás, hablar del chileno medio es tan chileno medio.
Cuando el periodismo o los líderes de opinión hacen eso y se paran frente a la ciudadanía encima de un pedestal para explicar el estado de las cosas, lo hacen siempre con un sesgo clasista.
Lo que quieren hacer es explicarles a los pobres, jamás a los ricos, como son las cosas. Y la explicación es bastante simple: generalmente las cosas son en Chile como los ricos dicen que son y no de otra forma. Por tanto, los medios de comunicación de masas, regidos estrictamente por el mercado, no tienen nada que explicarles a los ricos.
Y eso sucede porque los pobres son vistos de una forma completamente distinta al resto de la población por parte de los gobernantes. Ya lo decía Benjamín Vicuña Mackenna a mediados del siglo XIX: "Los chilenos no son brutos, son simplemente ignorantes". Con el paso de las décadas y de los siglos hemos podido comprobar que la brutalidad y la ignorancia pueden ser patrimonio de distintas clases sociales y que los ricos pueden ser iguales y peores, por tanto, tuvieron los privilegios y el acceso para aprender a ser mejores personas. Y, sin embargo, muchos prefirieron seguir siendo ricos sin sensibilidad alguna.
La aporofobia fue un término acuñado por la filósofa valenciana Adela Cortina y explica el fenómeno de rechazo hacia los pobres y, a la larga, se traduce en políticas públicas diseñadas bajo este prejuicio. Desde el Estado en nuestro caso jamás se ha atacado la pobreza estructural; siempre hay una mirada asistencialista de planes que tienen que ver con la urgencia de ser pobre y no con la de dejar de serlo.
Y esto se ve en todo el mapa político desde tiempos inmemoriales. Contemporáneamente lo encontramos en Stalin: "El hambre y las penurias son necesarios para hacer que la gente se ajuste al régimen"; y también en Hitler: "Los que no pueden ser productivos para el Estado no merecen vivir". Peor todavía, fue un científico británico el que dijo que "Las clases bajas están inclinadas a la degeneración y a la criminalidad". Fue Francis Galton, famoso eugenésico, que con este tipo de frases explicaba las diferencias morales entre ricos y pobres.
Y si nos movemos a los tiempos actuales nos encontramos con un Nicolás Sarkozy que ha dicho que "Los pobres son los que no han hecho ningún esfuerzo por integrarse y seguir las reglas"; con José María Aznar que ha querido aportar al debate con que "La pobreza no es una cuestión de política, sino de actitud personal". Y más recientemente podemos deleitarnos con la brillante colaboración del magnate y expresidente estadounidense Donald Trump: "Parece que los pobres siempre están enojados y que no quieren trabajar".
Así, el modelo de la aporofobia se reproduce en los medios de comunicación, en los líderes y lideresas políticos y en el ninguneo constante a la clase trabajadora en cada espacio público donde la sociedad lo permite.
Como ejemplo final, podemos observar al típico periodista de matinal (porque son demasiado parecidos) cuando se enfrenta a una persona de clase media o derechamente pobre y se toma la inmediata licencia de manosearla y abrazarla. Cuando ese mismo jetón, entrevista al presidente del Banco Central o a una distinguida parlamentaria, no osa por ningún motivo estirar sus manos hacia esos honorables cuerpos. ¿Será porque en Chile los ricos siempre han sido intocables?