El tema del que iba a hablar hoy era la salud en Chile, en la región de Aysén y su eterna deuda moral con los ciudadanos, sin embargo, algo interrumpió mi habitual concentración y me hizo cambiar de rumbo, entonces dejaré esta discusión para la próxima.
Igualmente, el asunto que traigo a colación hoy también está relacionado con la salud, pero es una condición poco conocida y poco abordada, y a pesar de ello afecta a muchas personas, irónicamente, de manera silenciosa.
Digo irónicamente, porque se trata de la misofonía, algo que está estrechamente ligado a los sonidos molestos, pero no sólo a los ruidos que nos rompen la cabeza en las grandes ciudades, si no a otros que pueden pasar desapercibidos para muchas otras personas que no sufren esta condición y, a veces, ni siquiera saben que otros sí la padecen.
No quisiera continuar siendo autorreferente, pero hace algunos años recuerdo que nos quejábamos con una prima de los incómodos sonidos que hacen algunas personas al masticar los alimentos a la hora de comer, esto no pasó de ser una anécdota, pero años más tarde descubrí que para mí había cada vez más sonidos insoportables.
No fue sino hasta hace un par de meses que me dio por investigar un poco más, y con la ayuda de la avalancha de información que aportan las redes sociales, descubrí que hay personas que son altamente sensibles, y que además, pueden ser intolerantes a ruidos intensos, pero también a sonidos más bajos y que muchas veces son emitidos por las personas. Pero no es todo. Esos sonidos son tan desagradables para quienes no los toleran, que desencadenan una cascada de emociones negativas incontrolables, como ira, rabia, ansiedad, angustia, tensión muscular, e incluso taquicardia.
Demás está decir que la raíz etimológica de la palabra misofonía, ya tiene una fuerte carga negativa, proviene del griego misos, que significa aversión, odio y desagrado; y foné, que significa sonido. Desde la óptica de los demás, la respuesta muchas veces suele ser desproporcionada al estímulo proveniente de ese tipo de sonido. Sin embargo, para quienes la sufren (y la padecemos), porque para algunos es una verdadera tortura, esos momentos con el sonido adverso se hacen eternos e incluso desparece el resto del mundo, quedando sólo el angustiante sonido.
Estos desencadenantes pueden ser de lo más diversos, desde sorber, chasquear la lengua, tragar, beber o masticar; y qué decir de los silbidos o ronquidos, las respiraciones agitadas, o los bostezos continuos, o el típico succionar el aire entre los dientes y la lengua, chasquear la prótesis dental, crujir los dedos, moquear o sonarse la nariz, un carraspeo continuo; o las risas muy agudas (fue lo que interrumpió mi concentración y ensombreció mi alma con los peores pensamientos); los golpeteos, de dedos sobre una superficie, o de los pies contra el suelo, e incluso, algunos timbres de voz.
Pero el sonido de objetos inanimados también puede ser un disparador desagradable, como el típico sonido de las bolsas de papas fritas, el ruido que hacen algunos teclados, de computador o de sumadora, el tic tac de un reloj, la gotera de una llave de agua, el choque de los cubos de hielo dentro de un vaso (para mí uno de los más insoportables), la cuchara al revolver una taza de café, el clic de un control remoto o de un teléfono, el chillido de la goma de las zapatillas contra el piso, y un largo etcétera. No todos pueden ser desagradables para la misma persona, pero sí coincidir en unos cuantos.
Desde que descubrí y me auto percibí como víctima de esta condición, también he tratado de ser mucho más cautelosa con la emisión de mis sonidos, precisamente para no molestar a los demás, sobre todo a aquellos misofónicos, y así predicar con el ejemplo. A veces las demás personas no están preparadas para comprender o empatizar con lo que molesta a quienes conviven o comparten nuestro mismo entorno, por eso es importante informarse y sobre todo practicar el respeto.