En una de aquellas casualidades sólo posible por un error en el algoritmo de las redes sociales (o, al revés, precisamente porque revisó mi historial, quién sabe), hace pocos días un posteo tomó por asalto mi pantalla: "Ama a los no amados" fue el mensaje desplegado en una ventanita de mi perfil de Facebook.
La frase era adornada con una imagen donde aparecían sapos (a los que no queremos besar), murciélagos (a los que no nos agradaría encontrar en la noche), arañas (a las que no se nos ocurriría tocar), buitres (los que nos generan dudas sobre sus intenciones).
"No todos los seres inspiran ternura, pero todos merecen respeto" remataba el fraseo.
Más allá del fácil cliché, sobre este tema vuelvo cada cierto tiempo. Como en el día de la marmota, en un loop continuo, me es una práctica recurrente, eterna, recordar que los elementos de la naturaleza no son lo que son, ni están donde están, por azar. No porque esté racionalmente intencionada su existencia, sino porque el devenir los va disponiendo y encajando dónde y cómo tienen que estar. Llegando a un sistema armónico y autorregulado.
Son los roles que ejercen tanto la pieza inerte como el ser vivo, que "cumplen funciones esenciales en los ecosistemas. Polinizan, controlan plagas, reciclan materia orgánica y mantienen el equilibrio natural" decía el escrito.
Es algo que hace mucho tiempo ya aprendí con mi compañera de vida. Más de alguna vez lo plasmé en un par de párrafos, donde las ramas rotas y las hojas marchitas cobijan la hermosura de un ciclo vital.
Guardando las proporciones, es una visión extrapolable a la sociedad. La figura de la inclusión algo de ello tiene, cuando asumimos que todos y todas quienes son parte de una comunidad deben ser valorados, no sólo porque cumplan un rol, sino por su propio derecho a la existencia. Muchas religiones y filosofías han aportado a esta trascendente discusión.
La causa por los derechos sociales y bienes comunes garantizados mucho tenía de ello. Que más allá del aporte individual, existen aspectos de la vida que deben cautelarse. No ser torturado no puede estar condicionado a pagar impuestos, así como el acceso a la educación y la protección de las y los niños no debieran requerir peaje alguno ellos. Ni siquiera de sus padres.
En los tiempos que corren, donde la exclusión campea, la segregación es parte del nuevo sentido común y la rabia es potenciada por el mercado del odio, no está demás volver a la naturaleza y recordar cómo ésta funciona. Cómo se mueve, cómo fluye creando vida, transformándola también.
Día a día presenciamos cómo la competencia, la agresión, el vivaracho como ejemplo de líder, son fomentados y aplaudidos en riesgoso tiovivo infinito. Las y los educadores ambientales, en todo ámbito y lugar, con toda práctica y método, le hacen frente como movimiento contracultural. Agradecimiento infinito a su claridad de vanguardia.
El informe "Green and Blue Spaces and Mental Health" publicado en 2021 ("Espacios verdes y azules y salud mental") de la Organización Mundial de la Salud constató que desenvolverse en espacios naturales (rurales, urbanos y periurbanos) es un aporte al buen estado de ánimo y la salud mental. "En cientos de estudios, la experiencia de la naturaleza se asocia con un aumento de la felicidad, el compromiso social, la capacidad de gestión de las tareas de la vida y la disminución de la angustia mental", reseña Gretchen Daily, directora docente del Proyecto de Capital Natural de la Universidad de Stanford. Ella, junto a un equipo de investigadores, publicó el artículo "Naturaleza y salud mental: Una perspectiva desde los servicios ecosistémicos".
En Aysén tenemos aún la oportunidad de toparnos día a día, en un constante deambular, con esos signos que hoy se requiere incorporar a la sociedad. Quizás aquello traerá un poco, aunque sea un poco, de sosiego a la crispada época actual. Mirar con otros ojos, es lo que se requiere.
Ni romanticismo (que no estaría mal) ni idealización naif (que a veces escasea en tanto winner sistema social). Sencillamente asimilar que no sólo lecciones aplicadas o transacciones económicas podemos cosechar de la naturaleza, también enseñanzas de vida, más aún en la quietud de la cada vez más cercana temporada invernal.