Leí que la manera como luce tu cuarto, o tu casa, describe la forma en que funciona tu mente; su estado, la armonía que hay en ella -o debería haber-. Así, V.gr. una pieza desordenada y llena de cosas es señal de que tu mente y acaso espíritu va por las mismas, una habitación en desorden se identifica con espíritus que no están en armonía y mentes revueltas. Habría que preocuparse entonces de tener lo justo, todo ordenado y en su lugar, y como virtuosa consecuencia, un espíritu tranquilo, armonioso y en paz.
No sé si el que concibió esa idea se encontró con mi pieza. Y cuando hablo de mi pieza, no solo hablo de las actuales: sino las de toda mi historia. La primera, cuando logré tener la propia, pues antes compartía una con mi hermano, con senda litera y vista al muro del vecino, que nos permitía rápidos escapes a través de él hacia el techo y de ahí a la libertad de ver lo que en los 80 uno podía ver en aquel Coyhaique.
En algún punto de este relato decidí no describir mis cuartos primigenios, pues - si lo pienso- siempre mis estancias han sido caóticas, y usted puede encontrar básicamente en ellas lo mismo que verá hoy.
Imagino a algún tipo improbable de arqueólogo, montado en la línea de tiempo de mi vida, encontrando por casualidad cualquiera de mis habitaciones de estos años. Y verá que siempre hubo libros, nuevos, viejos, muy viejos, íntegros o incompletos: cosa casi invariable en aquellas ocasiones en que los pasos me condujeron a hallazgos en callejuelas de cualquier ciudad, arrabales en que el vendedor de aquellas joyas no ha tenido noción de lo vendido, cediendo al primer regateo de este ciruja del papel. Libros, individuos de una belleza que no ha podido superar ningún otro soporte que pretenda integrar ideas, acaso el buen cine, o la música que tanto me gusta.
Y, en efecto, encontrará música. Algunos vinilos con carátulas borrosas por la exposición al sol en algún mercado. Cassettes, los que contra todo pronóstico, han sobrevivido décadas en mi poder. CDs, que, aunque me cueste creerlo, ya no resulta una plataforma usual, y cada día menos viable. Y además, verá instrumentos musicales de viento, de casi toda América y buena parte del mundo. También guardo películas: todo Miyazaki, casi todo Wes Anderson, todo Woody Allen, etc.
Por allá, y dándoles el sol apenas, verá testimonio de mi otra pasión. Así podrá apreciar, cañas para pescar con mosca, de diversas facturas, antigüedades y usos; sus correspondientes carretes, algunos antiguos, otros más o menos nuevos; algún equipo regalado hace años por mi hermano Cacho, que atesoro como si en él algo de su persona quedara. Algunas moscas, pocas atadas por mí, y adornando mi pared cierto número de ellas atadas por el hermano que mencioné y que dispuse en pequeños cuadros, para mí un hermoso adorno.
Finalmente, el buen buscador verá a medio guardar, cartas, casi todas viejas y amarillentas, de novias del pasado -con sus correspondientes dramas amorosos-, de mi madre, de mi hijo pequeño entonces, de mi padre hacia mi madre. Hojas sueltas con notas de las más variadas materias, ideas de columnas, de poemas, dibujos, mapas, recetas de cocina escritas con la letra de mi madre y frases a las que no logro dar sentido, seguramente notas de ella para no olvidarse de algo; algunas agendas y libretas, plumas para caligrafía y tinta, afición que espero retomar. Anteojos que dan testimonio de como mi salud ocular se ha ido deteriorando. Diplomas de diversas actividades, que bien podría poner en la pared, sin embargo, yacen en una carpeta. Sumo a todo lo anterior, dos notebook, uno sin funcionar y otro a medias, una tablet en uso, y un PC en su caja esperando que desocupe el escritorio alguna vez.
La pregunta del lector será obvia: ¿dónde guarda todo esto? Bueno, donde me cabe, donde puedo, pues prefiero tenerlas cerca, en Ibáñez o en Coyhaique, en algún mueble, encima, en bolsas, en canastos, bajo la cama, etc.
Y la verdad es que 5 décadas de deambular por la vida, preocupado de los detalles y las pequeñas cosas que ella nos da, -de las posibilidades estéticas de algo que para otros pudiera ser basura- no puede sino terminar en semejante acumulación, que a propósito, representa bastante bien la mayoría de mis posesiones terrenales: de algunas cosas en pleno uso, otras empolvándose, y en general, a la espera que les llegue su turno, pues alguna vez jugaron un importante rol.
No sé si las intranquilidades de mi espíritu, las confusiones de mi mente, de las malas o buenas decisiones, han tenido que ver tanto con el tener más o menos ordenado el lugar donde he vivido, como con la madurez e inteligencia emocional y de la otra, con que he enfrentado este tiempo que se me ha dado.