De entrada debo advertir a quien lee esta columna, que en esta ocasión solo estoy en condiciones de alertar sobre un indudable problema que como país y, con mayor énfasis aún en nuestra región, estamos enfrentando en materia de fenómeno delictual, sin estar en condiciones de poder afirmar las causas precisas que originan este fenómeno ni, menos aún, que soluciones concretas, efectivas y prontas podríamos adoptar frente a esta preocupante realidad.

Me refiero al claro incremento de la delincuencia infanto-juvenil que se esta presentando en nuestro país y con mayor énfasis aún en nuestra región durante, aproximadamente, los últimos dos o tres años. Si bien durante la década del 2010 pudimos ver una constante tendencia a la baja en la comisión de delitos por parte de niños y adolescentes (de entre 14 y 17 años de edad), esa tendencia ha sufrido una variación al alza durante esta primera mitad de la actual década.

A nivel nacional, según los registros de la Defensoría Penal Pública, si durante el año 2022 participamos en la defensa penal de 10.373 causas en que el(la) acusada(a) de haber delinquido era un menor de edad, dicha cifra se incrementó en casi un 25% dos años después, llegando el 2024 a casi 13.000 los casos de este tipo en que tuvimos que intervenir brindando nuestro servicio de defensa penal.

Dicha importante alza en el número de casos penales que tienen como imputado a un niño(a) o adolescente se observa incrementado en nuestra región de Aysén, en la cual de 168 causas penales con imputado menor de edad que conocimos durante el año 2022 hemos pasado a conocer de 227 casos de este tipo durante el año 2024. Es decir, la delincuencia infanto-juvenil en los dos últimos años ha tenido en nuestra región un crecimiento de un muy preocupante 35%.

El alza del fenómeno de la delincuencia infanto-juvenil en los últimos años debe alertarnos como sociedad y, por cierto, nos obliga a repensar que medidas estamos adoptando para controlar este flagelo y cuestionarnos el(los) motivo(s) por los que se ha visto revertida la histórica tendencia a su reducción que, paso a paso, veíamos se fortalecía conforme iban pasando los años.

Quizás sea esta una más de las secuelas que como sociedad enfrentamos de los años de pandemia, período oscuro que proyecta consecuencias sociales, incluyendo problemáticas de relevancia en torno a la integración y formación de nuestra juventud, durante los años siguientes. Pero es sólo una posible explicación. Quizás se trata de un incremento que se explica por muchos otros y muy variados factores.

No tengo una respuesta certera frente a esta problemática. El desconocimiento o falencia de este columnista no puede, en todo caso, ser una razón suficiente para no alertar sobre estas cifras y hacer un llamado a todo quienes vivimos en Aysén a poner atención a este fenómeno que nos indica que cada vez son más niños y jóvenes los que, por una u otra razón, están insertándose en el complejo mundo del delito, un camino del cual muchas veces, una vez dados los primeros pasos, se transforma en un sendero que marca, para siempre, la vida de una persona.