En un mundo cada vez más fragmentado por la violencia, la indiferencia y la cosificación de la vida, resulta fundamental reflexionar sobre las complejas dinámicas de poder y deshumanización que atraviesan nuestras sociedades.
La pedagogía de la crueldad, concepto desarrollado por la antropóloga Rita Segato, se refiere a los actos y prácticas que nos habitúan a tratar la vida como un objeto, reduciendo a las personas a cosas desechables y sin valor intrínseco. Ante esta realidad, es urgente recuperar el poder transformador de la empatía y el cariño. Este concepto explica cómo ciertas prácticas cotidianas moldean un aprendizaje colectivo que despoja al ser humano de su vitalidad, convirtiéndose en un recurso para ser explotado.
Esto se ve reflejado en situaciones como la explotación sexual de mujeres y niñas o las condiciones laborales precarias de quienes trabajan en plataformas digitales, donde con frecuencia no cuentan con derechos básicos. Estas prácticas perpetúan un sistema que nos hace insensibles al sufrimiento ajeno. Este tipo de crueldad no solo afecta a quienes la sufren directamente, sino que también nos obliga a cuestionar las estructuras de poder que la hacen posible. Factores como el patriarcado, la masculinidad hegemónica y la mercantilización de la vida han consolidado condiciones que fomentan la insensibilidad y la exclusión.
Frente a este panorama, reconstruir los lazos humanos y dar un lugar importante al cariño es esencial. El cariño, a diferencia de la amistad, no siempre requiere una relación profunda o prolongada, sino más bien un sentimiento genuino de conexión y preocupación por el bienestar del otro. El cariño implica la capacidad de cuidar y mostrar compasión, lo que puede ser tan transformador como la amistad en la construcción de una sociedad más humana. Esto implica cambiar la forma en que nos relacionamos con los demás, priorizando valores como el cuidado mutuo, el trabajo en equipo y el respeto por la vida.
El cariño no se limita a ponerse en el lugar del otro, sino que también requiere actuar para transformar las condiciones que perpetúan el sufrimiento. El cariño tiene el potencial de desarticular las lógicas de deshumanización que dominan nuestra sociedad. Se trata de un ejercicio activo que desafía la tendencia a priorizar las cosas sobre las personas, apostando por un mundo donde los vínculos humanos sean el eje central. El cariño también es una herramienta poderosa para enfrentar la crueldad. No se limita a ser una simple relación emocional, sino que puede ser un espacio donde se cuestionen las desigualdades y se promueva el cuidado mutuo y el apoyo. Esta forma de cariño, más allá de la amistad como vínculo estrecho, desafía las estructuras que dividen a las personas y fomenta comunidades basadas en la reciprocidad y el respeto. Esta puede entenderse como una forma de resistencia que abre espacios para la construcción de nuevas formas de convivencia.
Al priorizar los vínculos sobre las cosas, no solo se preserva la dignidad humana, sino que también se construye un entorno más justo y solidario.
Todo esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿estamos dispuestas a cambiar nuestras prácticas cotidianas para enfrentar las lógicas de la crueldad? Este tipo de reflexiones nos desafían no como espectadoras, sino como agentes de cambio. En un momento histórico marcado por la crisis de los vínculos humanos, recuperar el cariño y la empatía no es solo una opción, sino una necesidad urgente.
La pedagogía de la crueldad no es algo inevitable, es el resultado de decisiones colectivas que podemos cambiar. Si elegimos la empatía y el cariño como valores esenciales, podemos construir una sociedad donde el dolor del otro no sea ignorado, sino atendido con solidaridad y acción.
Finalmente, la resistencia a la crueldad comienza en lo cotidiano, en cómo tratamos a quienes nos rodean y en cómo elegimos responder al dolor y la injusticia. Desafiar la tendencia a cosificar la vida humana es un acto profundamente político que demanda valentía y compromiso. Es en este esfuerzo donde la empatía y el cariño se convierten en herramientas esenciales para la construcción de un mundo donde la dignidad humana prevalezca sobre las lógicas del capital y la violencia.