Patricio Ramos, Ciudadano A Marco Aurelio, ese romano-hispano que escribió sus "Meditaciones" como quien deja notas en un cuaderno antes de dormir, le debemos más que una serie de pensamientos bien entintados: le debemos una brújula. En cada página aparece un recordatorio discreto ?casi tímido? de que la conducta humana, incluso en medio del caos imperial, tiene un centro de gravedad moral. Y es curioso, tantos siglos después, muchos de esos valores los asociaríamos hoy a lo religioso, cuando en realidad lo suyo era un humanismo austero, práctico, sin incienso ni procesiones.
Entre los valores, que corresponden a estoicismo puro y que él deja caer, casi con la naturalidad de quien habla del clima, están, la templanza, esa sobriedad de espíritu que nos impide exagerarlo todo; la justicia, entendida como trato recto hacia los otros, no como castigo ni venganza; la fortaleza, que hoy llamaríamos resiliencia para no sentirnos tan antiguos; la humildad, que para un emperador era casi un deporte de alto riesgo; la benevolencia, una disponibilidad constante a hacer el bien sin aspavientos; la autenticidad, vivir conforme a lo que uno sabe que es correcto; la responsabilidad, porque nada bueno se sostiene sin hacerse cargo; la compasión, ese mirar al otro no desde arriba, sino desde al lado; la autodisciplina, que él veía como un ejercicio diario, no un proyecto de año nuevo; y la conciencia de la propia finitud, que le daba perspectiva a todo lo anterior.
Resulta curioso observar cómo, tantos siglos después, la farándula cinematográfica y artística mundial parece, de vez en cuando, intentar emular al viejo emperador. De forma anónima (o semi-anónima, porque a veces el anonimato se cuela por la solapa), algunos actores y artistas donan dinero, comida o tiempo; otros visitan hospitales infantiles para hacer reír donde más falta hace; alguno que otro rescata animales destinados a un final lamentable; varios se enfrascan en cruzadas ambientales o participan en campañas humanitarias en África o Medio Oriente. Y, claro, la sociedad ?tan acelerada, tan convulsa? mira estos gestos con un interés creciente, quizá porque contradicen la superficialidad que solemos colgar como etiqueta sobre el mundo del espectáculo; y, además, son una especie de isla de virtud en esta actualidad interconectada donde las malas noticias aparecen tres o cuatro veces al día.
Azorín (sí, otra vez Azorín) describía acciones similares con la serenidad suya, como quien observa un rayo de luz que atraviesa un patio manchego. Yo diría que, en medio de tanto ruido global, los actos silenciosos tienen la elegancia del viento frío y brumoso que baja de los cerros esta mañana.
Y hoy, en Chile, se votan cuestiones importantes. No es necesario ni prudente decir cuáles para recordar algo más esencial: más allá de nuestras preferencias ?todas legítimas, todas hijas de nuestras biografías? conviene traer a la memoria esos valores que Marco Aurelio dejó escritos como quien deja provisiones para un viaje largo. La vida política, hoy tan fácil de criticar y tan difícil de defender, pide justamente eso: templanza, justicia, responsabilidad, autenticidad.
Quizá "hacer lo correcto" no sea, al final, una consigna moralista, sino un gesto cotidiano. A veces minúsculo y anónimo. Un gesto que, si uno se fija bien, resuena desde la Roma antigua hasta un set de filmación en Hollywood, y desde allí hasta una urna electoral en cualquier rincón de Chile. Porque la historia cambia, pero el deber ?ese que Marco Aurelio escribió con una mezcla de cansancio y serenidad? permanece.



















