"No compren alfombras"

¿Por cuánto dinero vendería usted a su hijo de 4 años? A simple vista, parece algo totalmente descabellado o tirado de las mechas, como nos gusta decir en Chile, pero ocurre todos los días en muchos países, incluido el nuestro. Niños, niñas y adolescentes que por convenientes tarifas pasan a ser propiedad de adultos que los esclavizan, los explotan, los torturan y los someten al comercio sexual infantil.
Iqbal Masih había nacido en 1983 en Pakistán en el seno de una familia cristiana y pobre. Más pobre que cristiana porque su padre no dudó en "prestarlo" al dueño de una fábrica de alfombras a cambio de 600 rupias, lo que al cambio actual equivale a un poco menos de 15.000 pesos chilenos. El problema (si es que su padre lo consideró un problema) fue que su padre supuestamente intentó durante años juntar esas 15 lucas para recuperar a su hijo, pero la deuda se fue incrementando a tal punto que Iqbal pasó casi 7 años encerrado entre adultos, otros niños, máquinas y alfombras, encadenado al telar donde pasaba 12 horas diarias trabajando sin descanso. Todas estas condiciones derivaron en que su estatura a los 12 años equivalía a la de un niño de 6.
2 años antes, cuando tenía 10, su papá todavía no reunía el dinero, pero sin su ayuda Iqbal consiguió su libertad escapando de la fábrica. Denunció a sus secuestradores y se unió al Frente de Liberación Infantil para luchar por la erradicación y denunciar la esclavitud de niños, niñas y adolescentes en Pakistán y el resto de Asia. Fueron 3 años de constantes acciones que dejaron grabados sus gritos de protesta: "¡No compren alfombras! ¡Son fabricadas por niños!". Pudo hacerlo hasta 1995 cuando, tras varias amenazas, fue asesinado a tiros mientras andaba en bicicleta. Ocurrió el 16 de abril de 1995 y 3 años después, hace exactos 27 años, se instauró el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil.
A pesar del tiempo transcurrido, todos los años más de 1.200.000 niños son vendidos en decenas de países en todo el mundo. Puede parecer un fenómeno lejano, pero Chile no es la excepción. Solo en los últimos 15 días, dos casos fueron develados: en Rengo una niña boliviana de 8 años fue vendida por 350.000 pesos a una pareja de la misma nacionalidad. Había sido sometida a trabajos forzosos en extenuantes jornadas, privaciones de alimento y maltratos físicos. Una vecina, quizás tan cristiana como el padre de Iqbal, logró rescatarla. Y en Iquique, un niño de 13 años, vivía en un patio, permanentemente golpeado y alimentado con sobras de comida. Nuevamente una vecina expuso el crimen y consiguió su liberación.
A más de 16 mil kilómetros de distancia, en Pakistán y en muchos otros países, otros miles de niños y niñas tejen la riqueza funesta de sus criminales patrones, mientras con el alma deshilachada esperan algún día regresar a sus infancias.
El escritor catalán Jordi Sierra i Fabra plasmó esta dramática historia en su novela La música del viento, en la que un periodista descubre un mensaje oculto en una alfombra proveniente de India, que desencadenará su recorrido de denuncias contra la explotación infantil en la industria textil asiática. A modo de homenaje, el narrador bautizó Iqbal a su protagonista, y resumió dolorosamente en una frase está triste y urgente realidad mundial: "El horror no está en que maten a un niño, sino en que a nadie le importe".