Las últimas semanas hemos sido testigos de discursos que han generado una ola de controversias a nivel global, no solo por su contenido, sino por sus implicaciones. Entre los protagonistas están el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; el empresario y ahora funcionario estadounidense, Elon Musk; y el presidente argentino, Javier Milei, quien captó la atención en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza.
La narrativa de estos personajes parece seguir un patrón preestablecido, como si respondieran a un guion cuidadosamente diseñado. Sus discursos tienen elementos en común, aunque también notorias contradicciones. Trump asegura haber sido "salvado por Dios para hacer grande nuevamente a Estados Unidos", mientras que Milei invoca las "fuerzas del cielo" para "hacer grande a la Argentina". Esta insistencia en un mandato divino los posiciona como figuras mesiánicas que buscan legitimar su liderazgo a través de una supuesta elección celestial.
Milei enarbola la bandera de la libertad, concepto que define su partido "La Libertad Avanza" y que repite en su icónica arenga "¡Viva la libertad, carajo!". Sin embargo, sus declaraciones a menudo entran en conflicto con la esencia filosófica del término. Expresiones como "no le demos lugar a los zurdos de mierda" o la generalización de que todo integrante de la comunidad LGBTQI+ es pedófilo chocan con los principios de inclusión y respeto. Para alguien que se autodenomina un hombre de ciencia y presume de su capacidad intelectual, caer en falacias lógicas y generalizaciones apresuradas socava la solidez de su discurso.
En un viaje por Europa realizado hace un año, que incluyó Israel e Italia, Milei declaró ser católico, aunque también se identifica con ciertas prácticas del judaísmo. Sin embargo, semanas antes había calificado al Papa Francisco de "impulsor del comunismo" y "representante del maligno en la Tierra". Este repentino giro en su postura, coincidente con su encuentro con el Sumo Pontífice, genera interrogantes sobre la autenticidad de su discurso y sus verdaderas intenciones. Además, la cercanía de Milei con Elon Musk, quien fue captado realizando el polémico saludo romano, añade otra contradicción: ¿cómo concilia Milei su adhesión al judaísmo con la gestualidad asociada a movimientos que históricamente han perseguido a esta comunidad?
Por su parte, Trump ha atacado a los migrantes, tachándolos de "delincuentes", ignorando sus propias raíces y las de su esposa eslovena, Melania Trump, quien obtuvo la ciudadanía estadounidense en 2006 y patrocinó a sus padres bajo el "proceso de migración en cadena", mecanismo que su marido ahora critica ferozmente. Si las políticas que propone Trump hubiesen estado en vigor entonces, su propia familia habría enfrentado la deportación. En otro giro discordante, mientras Trump defiende un Estado proteccionista y aislacionista, Milei promueve la apertura comercial y la eliminación de regulaciones. Sus discursos parecen alineados en el tono y en la retórica, pero en la práctica, sus modelos de país son opuestos.
Este resurgimiento de líderes con discursos mesiánicos, cargados de referencias divinas y contradicciones, plantea una cuestión inquietante: ¿Se acabaron las propuestas racionales y pragmáticas de la política moderna? ¿Estamos ante un retroceso hacia la Edad Media, donde la fe y la retórica dogmática definen el rumbo de las naciones? ¿Se ha perdido la capacidad de debatir ideas con fundamentos y respeto? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar discursos basados en el odio y la confrontación como norma en el ejercicio del poder?