Hace varios meses que Santiago me tenía ausente. Y a pesar de que los motivos de este periplo podían encontrarse lejanos en el tiempo, los pasajes fueron adquiridos con extrema inquietud a última hora, aprovechando el sistema de millaje de una línea aérea.
Veníamos con Ignacio al recital de Wardruna: banda noruega de folk nórdico. Nos quisimos dar ese regalo de cumpleaños, ya que nuestras fechas casi coinciden en octubre. En esta familia el signo Libra es masivo, como un designio de los astros que nos hace compartir a casi todos los Ramos un germen de locura y extroversión detectado desde antes de mi abuela: cantante lírica de nubosos antepasados eslavo-croatas y madre como de 10 críos, incluyendo a mi padre.
Eran solo dos días, pero la logística se me antojaba similar a la necesaria para recorrer la ruta de la seda. En efecto, excepcionalmente no viajábamos con el patriarca, o sea hubo de disponer todo para que ?ante la ausencia de más parientes dispuestos- quedara bajo la atenta observación de mi cuñado y familia extendida que se fue a alojar a su casa, junto con la persona que nos ayuda en las labores del hogar. Capítulo aparte merece el episodio del siniestro de mi celular, recién comprado, que me provocó un cuasidesmayo horas antes del viaje.
Muy pronto entendería que en estas situaciones, aunque uno viaje a la luna, es imposible desconectarse un poco siquiera una vez que aterrizas en tu destino: que hay que cambiar la pila del audífono de mi padre, que cómo se le pone este en el oído (incluida video llamada para el efecto), que no prende la tele, que se cayó el Internet, que queda poca Glucerna, que las pastillas están en una caja y no en el botiquín; que mi sobrino da la PAES y requiere ciertas ayudas, que hay que llevarle regalos a otros sobrinos, incluida Laura que "necesita" una polera de Ronaldo. Y por el lado laboral, que falta un dato para un informe, que el colega que me subroga tiene tal o cual duda.
Sin embargo, arribados a Santiago y bien acomodados en el hotel, hubo un tiempo de relajo, y sobre una cama blanda yacía el cronista, moviendo los dedos de los pies, como para que se liberen de la dureza del viaje (el que fue en avión y no a pie, como pareciera por los dolores y torsiones experimentados).
Y, al fin baja el hambre, que en la capital apremia especialmente. Así, contra toda orden médica, nos vimos entreverados con unos lomos italianos y churrascos en la Fuente Alemana, hito que deberían declarar monumento nacional o al menos patrimonio de la humanidad.
Libros. Esta vez encontré una esperada versión del Señor de los Anillos que agrupa las tres primeras historias (al menos las tres que Jackson nos legó en gran formato), -pacato- como dice mi padre; un texto que aún siquiera he ojeado, a propósito de la obra de 1958 reeditada en 1965 "La Sobrevivencia de Chile" de Elizalde Mac Clure: ícono inaugural de la protección en serio del medio ambiente de nuestro país; algo de Chul Han para mi hijo; y una micronovela de K-pop para mi sobrina. Ah y además la traducción de Tolkien, de Beowulf, poema épico anglosajón de la Alta Edad Media, una joya.
Al recital llegamos con dos horas de anticipación, siguiendo mi costumbre. Y como estos artistas son representantes de aquella música obscura que personifica lo más puro del paganismo nórdico, era de suponer que los que hacían la cola junto con nosotros serían consecuentes con esa estética: mucho cuero negro, caras pintadas, escudos, trajes tipo Gandalf, espadas, peinados de época, alguno disfrazado de monje con báculo, o de peregrino solo con cueros de oveja que me recordó al querido y ya extinto Aisenino Recontraporfiado y un par de chicas caracterizadas de hadas. Prometedor.
Diré que el recital fue una delicia. Por casi dos horas olvidé todas mis preocupaciones, mi hijo me abrazaba y yo de vuelta innecesariamente comentaba lo bien que la estábamos pasando, Ignacio me miraba de reojo. La puesta en escena te situaba en bosques boreales y fiordos muy parecidos a los nuestros, fuego de liturgias ya olvidadas, dioses familiares, simbolismo, canciones de amistad y de guerra, de valor, de naturaleza con vida insospechada y que ya no somos capaces de ver. -¿Una gaseosa hijo?- -sí, por favor-, -¡qué buena música?, -sí papá…-. Me unía a los gritos del público que invocaba a Odín, Thor y Freya (esta última por aquello de la buena suerte en el amor) .
Pasaron las casi dos horas y yo eufórico, con el bis se logró una apoteosis previa al Ragnarök, miraba el cielo por si se caía.
Nos fuimos felices al hotel, además de todo, habíamos compartido intensamente padre-hijo, comido y bailado. No sé qué más pedir, ni decirles hoy.