Un gran deber periodístico es poner los temas incómodos sobre la mesa. Y uno de ellos, sin lugar a dudas, es la parcialidad con que actúa el poder sindical en Chile.

Aterrizando este tema en lo local, las últimas semanas hemos apreciado en los medios de comunicación regionales distintas denuncias de maltrato laboral en el mundo público.

La Agrupación Nacional de Empleados Fiscales, Anef, reaccionó tardía y acomodadamente -como suele hacerlo- separando a los trabajadores antes de ejercer su defensa.

Así las cosas, vimos un abierto y público respaldo a ciertos trabajadores, certeramente con ideas afines a quienes mandan en los sindicatos. Sin embargo, hasta hoy no hemos visto absolutamente ningún videíto, ninguna palabra, ninguna frase respecto de otros trabajadores, consabidamente opuestos al pensamiento de la agrupación, que han denunciado situaciones iguales o peores que las previamente criticadas por la misma. Estamos hechos de contradicciones, pero también de ética. O al menos es lo esperable de quienes ejercen el poder.

Todo esto nos lleva al centro de un relamido mundo sindical que suele abrir las defensas corporativas más allá de la realidad estrictamente laboral de cada trabajador, más bien muy cerca de su color político.

Jamás, y esto lo digo habiendo conocido de cerca el mundo público por muchos años, jamás un sindicato ha defendido con la misma fuerza a un trabajador de izquierda que a uno de derecha. Para el sindicalismo chileno los trabajadores valiosos deben pensar igual que ellos, jamás darle la razón al patrón, bajo ninguna circunstancia; y ojalá encontrar genial cada una de las acciones que emprenden desde el insigne mundo sindical. 

Y, en lo posible, evaluar con una vara distinta a los trabajadores que piensan de un modo y de otro. Por supuesto, para los sindicatos, lo menos importante es la calidad del trabajo que entrega cada persona asociada. En este marco, la acción sindical se reduce a una simple lucha por el sostenimiento del poder, a un extendido abuso de los fueros sindicales y a pasarse el año completo pensando en el siguiente primero de mayo. 

Es una muy errónea conceptualización del deber sindical. Basta señalar que no pocos sindicatos apoyaron abiertamente una candidatura presidencial, dejando en claro que responden a los partidos y nunca a los trabajadores y trabajadoras. ¿Con qué cara, con cuál independencia le van a exigir cuestiones ahora a su excandidato, hoy presidente?

En este lamentable escenario, donde se parcializan las denuncias de maltrato laboral y su camino depende de quién las haga, la escasísima representación de los sindicatos pareciera estar llegando a un punto patético.

Y es triste porque recién implementada Ley Karin uno querría confiar en los sindicatos, pero la historia posdictadura nos ha demostrado que los dirigentes y dirigentas, por lo general, solo defienden con fuerza imparcial el fuero, las horas sindicales y las prebendas del poder.