El aborto legal en Chile es un tema pendiente de larga data. Recientemente el presidente Bori? anunció que presentará al Parlamento un proyecto para despenalizarlo, vale decir, para que no existan sanciones ante la decisión de la mujer de efectuarse una interrupción del embarazo. Además, el proyecto busca que haya igualdad en el acceso y que exista una prestación de salud que no se vea limitada por el recurso económico de la mujer. Este mero anuncio causó gran revuelo entre los parlamentarios de derecha, quienes mayoritariamente abandonaron la sala del Congreso aparentemente "descompensados".
Resulta pintoresca la reacción de esos parlamentarios pues los estudios estadísticos demuestran que el aborto es una acción que se practica de manera regular en Chile, clandestinamente, en todos los estratos sociales y económicos y ese es un hecho de la causa que debieran analizar. Claro que hay una diferencia dependiendo del ingreso económico, las mujeres de clase alta pueden pagar un aborto seguro y confidencial. Las jóvenes pobres se someten a intervenciones baratas que implican mayores riesgos y además son las que deben acudir a los centros públicos de salud cuando tienen complicaciones con el inherente riesgo de ser denunciadas y maltratadas. En este sentido, la legislación actual reproduce y aumenta la desigualdad (Herrera y Teitelboim, Opiniones de los chilenos sobre el aborto).
En el relato anti aborto o pro vida el tema se presenta como "valórico", encasillándolo en los ideales personales, obviando un análisis más profundo de los procesos que se viven en la decisión de abortar, del peso de los discursos religiosos, del desarrollo científico y médico, en fin, en la construcción de una posición frente al aborto mediada por mensajes elitistas que no consideran las dimensiones sociales, de salud, de los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres.
Hay discursos vacíos, a veces de contenido, otras veces de verdad. Cuando un parlamentario varón, de la clase acomodada, con recursos económicos y poder social y político dice rechazar el aborto porque atenta contra la vida, cabe preguntarse: ¿alguna vez su cónyuge, o su amante (si las tuvo o las tiene), o su hija, u otra pariente, o hija de un amigo, se practicó un aborto? ¿Miró para el lado en esa situación? ¿Denunció el hecho por ser ilegal? ¿Todo se tapó con dinero y falsa moralidad?
La pregunta es válida, porque está claro, es un hecho cierto que en los sectores más acomodados los abortos se practican con regularidad y no lo hacen invocando las tres causales aprobadas en Chile. Son abortos y punto. Tal como lo dijo la médica Helia Medina (hoy diputada) "en Chile se hacen abortos; las que tienen recursos lo pueden hacer con acceso a la salud y las otras comprando quizás que cosas por internet". Ese discurso le costó el puesto de ministra de Salud en el gobierno de Bachelet II. Decir la verdad en una sociedad bastante pacata, conservadora y cínica es un pecado y se castiga. He ahí un ejemplo.
La construcción de opinión frente al aborto es algo que se debe analizar y poner en la agenda de los temas que afectan a los chilenos, que moldean la sociedad. Falta desarrollar análisis entre mujeres, en grupos mixtos, de diferentes edades, condiciones sociales, estudio, etc. que permitan conocer el tema, debatir, plantear, decidir.
El paso dado por el gobierno va en la línea correcta pero es insuficiente, porque frente a este tema no basta con formarse opinión repitiendo lo que se dice a través de la televisión, que sabemos, tiene una línea editorial que proviene de un único dueño de los medios de comunicación, por lo tanto, tiene un sesgo. Solo hay 9 países en el mundo que prohíben el aborto en toda circunstancia, negando totalmente a las mujeres y a esa sociedad la posibilidad de decidir sobre un tema de salud pública y de derechos sexuales y reproductivos.