Durante los últimos días pudimos presenciar como el ex subsecretario del interior, Manuel Monsalve, fue acusado de violación. Y no solo eso, también pudimos presenciar ante la opinión pública cómo el mismo hombre, responsable de la seguridad pública del país, le pidió las cámaras a la PDI. Y no solo eso, también que el presidente lo supo y quiso ser sincero ante el país, solo que 48 horas después. Un poquito tarde.
¿Qué tan difícil para un presidente, que dice ser de un gobierno feminista, era exigir la renuncia de su subsecretario cuando no solo supo que estaba acusado de violación, sino también de obstruir la justicia? Puede que haya sido difícil porque no tenía a quien más poner en el cargo, porque pronto se vienen las elecciones y esto les podría significar votos o porque realmente quería que el acusado le contara a su familia lo sucedido, El caso es que nuevamente queda en evidencia como la etiqueta de "gobierno feminista" que se pusieron sobre la espalda solos, nadie les dijo que lo hicieran, les queda enorme. Es como si constantemente se recordaran, sin querer, que sacar letreros morados con frases de empoderamiento femenino, no erradica la violencia de género que ocultan en sus propias filas.
La misoginia de la clase política sigue intacta, desde Macaya a Monsalve, pero ¿qué pasa en el territorio austral que habitamos?
En los años que llevamos levantando instancias en torno a la visibilización y problematización de la educación sexista, hablamos mucho de cómo la violencia de género radica en las bases de nuestra sociedad, y que se nutre de la violencia simbólica que es una forma de agresión que pasa desapercibida a través de las palabras que usamos y los actos violentos que reproducimos y/o recibimos sin darnos cuenta. Esto lo planteamos con la intención de dar a entender que la violencia no aparece de la nada, sino que vive escalando de manera oculta, pero solo logramos verla y despreciarla cuando se trata de insultos, golpes o agresiones sexuales, porque esa violencia es demasiado explícita para ignorarla. Ahí recién nos impacta, pero cuando se trata de chistes, de tonos despectivos, de menosprecio, de anulación, de aislamiento, no nos damos por enteradas ni enterados de que está ahí.
En la región también tenemos casos de hombres violentos que habitan el mundo político e incluso se postulan para cargos de elección popular, es nuestro deber como ciudadanía, rechazar a los maltratadores en los cargos públicos, porque aquellos que son acusados de maltrato y acoso, no van a ejecutar su violencia solo hasta ahí. Entonces, o le ponemos un límite ahora a los agresores que están haciendo campaña, o lo lamentaremos cuando salga a la luz un hecho tan agresivo que ya no podamos ignorar. Porque la violencia siempre va incrementando.
Y así como esta violencia hacia las mujeres existe en nombres conocidos de políticos a nivel nacional y regional, no olvidemos que también debemos estar alerta en nuestras relaciones más cercanas. Estos casos no son aislados, son parte de cómo las personas nos relacionamos en sociedad, un reflejo del impacto negativo que tiene el haber hecho tanto caso omiso a la importancia del consentimiento, a crecer en una cultura que valida la dominación sobre otras personas para validarse a sí mismas.
Los feminismos vienen hace mucho gritando y rayando en la calle que "no es no", y a muchos parecía incomodarles y disfrazaron esa incomodidad con burla. Pero aquí está la alarma: si te cuesta tanto entender los límites, si te cuesta tanto entender la relevancia absoluta del consentimiento en las relaciones, es porque probablemente llevas toda tu vida relacionándote de una manera indebida. Solo si es si, lo demás es no.