Ella mira por la ventana, su mirada escala encima de los techos de aquel pueblo. Yo no diría que perdida. En alguna época la señora miraba por la ventana que daba al poniente. Luego, años más tarde, la veo mirando en dirección al norte, y sus últimos días, hacia el valle de Coyhaique, desde alguna posición en su casa de Alto Baguales.
Ella, con algo parecido a una sonrisa se sentaba muchas noches ?y tardes también- a desenredar su carrete con línea de pesca. Pacientemente, deshacía los nudos, cortaba las zonas desgastadas, tensaba la línea para que ella fluyera cuando arrojaba sus engaños; otras veces simplemente sacaba toda la línea y la cambiaba por una nueva, sin embargo, la antigua en vez de arrojarla a la basura, la organizaba en pequeños rollos por si era necesario para alguna armada especial.
También ordenaba los anzuelos y demás señuelos que poseía: pequeñas cucharas españolas, moscas de profundidad, spinners relucientes, pequeños pescaditos de goma, ínfimos terribles y otros ingenios que hoy no logro recordar y que incluso mantenía en sus envases originales.
Mientras realizaba estas operaciones, la tetera hervía en una esquina entonando la melodía de todos los sábados por la tarde. Ello, encima de la cocina bien alimentada con leña, sobre esta un colgante de mosquetas para hacer té en el invierno, hierbas de todo tipo para enfrascar luego. Una radio de transistores transmitía canciones que hoy ya no suenan; se alternaban los mensajes a los que ella ponía mucha atención. Algún velorio, o una visita de conocidos desde la Argentina.
Ella, se bajaba de la camioneta y se perdía río arriba. No se le veía hasta bien entrada la tarde, cuando comenzaba cierta inquietud.
A su regreso, volvía una persona en extremo comunicativa, rellena de vida y aire de montaña, un aire más helado que el de hoy. Venía con dos o tres truchas y una sonrisa que decía más que las palabras que le oía. Algunas veces la acompañé en aquellos años infantiles, a su lado solo oía murmuraciones, quizá con quién hablaba en medio de aquel terreno vaciado de humanidad. De adultos, solo pescábamos juntos, sin hablar, solo sonreíamos.
Ella, iba al patio a ver sus flores, verduras y árboles frutales, los que, independientemente de la manera en que fueran plantados, injertados, o esparcidos por la tierra, invariablemente brotaban, crecían y aún florecían lujuriosamente. Que "sus manos tenían algo" me decían varias personas. Su sueño era vender sus verduras y flores. Algunas veces lo hizo.
La Sra. Olga curaba enfermedades con plantas y agüitas, le salvó la pierna a un tipo que, recuerdo, estaba negra de lo gangrenosa, y a otras personas de grave gastroenteritis. Un par de guaguas empachadas y a mí solo con caricias cuando era muy pequeño y enfermizo. Sí, sus manos tenían algo.
Ella, miraba por la ventana y a veces sonreía, otras veces arrugaba el ceño, se sabía, por el reflejo de su rostro en el vidrio algo nublado por los años.
Cada día que pasa es más claro lo que veía detrás de la ventana. Porque a veces río y otras, arrugo el ceño.
A todas las mujeres y a mi madre en especial.