El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es una jornada clave para reflexionar y actuar frente a las diversas formas de violencia que afectan a las mujeres. Sin embargo, aún persisten vacíos significativos en esta lucha, como la invisibilidad que enfrentan ciertos grupos, entre ellos las mujeres mayores. Este vacío nos desafía a ampliar el alcance de este día para que ninguna mujer quede fuera de la conversación.
La violencia hacia las mujeres mayores adopta múltiples formas: abandono, negligencia, maltrato psicológico, físico y económico. Muchas de estas agresiones se esconden tras dinámicas familiares normalizadas, prejuicios sociales y estereotipos de género profundamente arraigados. Además, ellas enfrentan una combinación devastadora de viejismo machista y discriminación por género, una intersección que las desvaloriza y las deja especialmente vulnerables.
El viejismo machista se manifiesta en la deshumanización de las mujeres mayores, percibiéndolas como figuras asexuadas, dependientes o irrelevantes. Esta visión no solo les niega derechos fundamentales, sino que también las excluye de los discursos sobre violencia de género. A esto se suma la cronificación de la violencia que muchas han soportado a lo largo de su vida. Creencias religiosas y culturales, reforzadas por la ignorancia, han legitimado prácticas de sumisión, culpa y aguante en nombre de valores familiares tradicionales, perpetuando ciclos de abuso.
Las cifras y testimonios revelan que las mujeres mayores suelen normalizar las conductas violentas que han vivido durante décadas. Cuando intentan romper el silencio, enfrentan barreras significativas: dependencia económica, aislamiento social y falta de acceso a redes de apoyo o recursos legales. Lamentablemente, su exclusión de las políticas públicas diseñadas para prevenir y erradicar la violencia de género profundiza esta marginación, dejándolas fuera de los programas de protección y reparación.
La discriminación interseccional que enfrentan ?por género y edad? no solo invisibiliza sus experiencias, sino que también refuerza su exclusión de los espacios de denuncia y decisión. Esta invisibilidad institucional y social les priva de herramientas para identificar y nombrar las agresiones que las afectan, perpetuando un silencio doloroso que nos urge a romper.
Si realmente buscamos erradicar la violencia contra las mujeres, debemos incluir explícitamente a las mayores en el diseño de estrategias de prevención y reparación. Este acto no solo es un gesto de justicia, sino un paso imprescindible para construir sociedades inclusivas que reconozcan su valor, rompiendo los ciclos de abuso que trascienden generaciones.
Es fundamental desafiar los estereotipos y creencias culturales que perpetúan estas dinámicas de poder y trabajar activamente para transformarlas. Esto exige ampliar los espacios de diálogo y acción, visibilizando las historias y necesidades de las mujeres mayores como parte integral de la lucha contra la violencia de género.
Juntas y juntos podemos construir una sociedad que no deje a ninguna mujer atrás. Porque la violencia no tiene edad ni fecha de caducidad, y nuestra lucha por erradicarla tampoco debería tenerla. Hagamos de este 25 de noviembre una jornada verdaderamente inclusiva, que abrace a todas las mujeres, sin importar su edad.