Mi héroe, invencible en el foro romano de fines de la República, planteaba que el agradecer era una obligación: "No hay deber más necesario, que el de dar las gracias", sentenciaba Cicerón.
Simplemente, hoy agradecemos.
Por poder abrir los ojos en la mañana y ver que, a pesar del viento que balancea los árboles y los fantasmas que acechan, amanece para mí y para los que me acompañan, a veces con miedos que se desvanecen a medida que transcurre el día. Incluso por ese mismo viento, el que me guarda y ha sido protagonista desde que me afinqué en esos pagos regados por el Chelenko. Y por ese lago: bestia sin marcar que no duerme, excepto para reflejar el cielo con la exactitud de un inmenso espejo.
Por tener a mi padre aquí, junto, para aprender las lecciones que quedaron inconclusas en alguna época inmemorial y que he ido entendiendo con dificultad. Por la soledad, la de estos pagos silenciosos detenidos en el tiempo; y la mía, que ha logrado que mi atención se centre en las cosas que son realmente importantes, entendiendo ?además- cuales son ellas, reforzando mi confianza de que puedo "hacerme cargo".
Por el tiempo que puedo compartir con mi hijo, y que me da la oportunidad de (también) entender que podemos planificar todo, menos la vida de las demás personas. Por los poquísimos amigos que tengo, y que entienden mis días de oscuridad, así como aquellos luminosos; a ellos que tienen esperanza de reciprocidad, dada mi falta de tiempo para regar la flor de la amistad. Por mis hermanos, y familiares que ya no están, no solo por haber compartido sus vidas, sino por dejar huellas que cada día se tiñen de nuevos colores. Por mis sobrinos, continuadores de ellos, a los que puedo abrazar con un abrazo que vence el tiempo y la muerte.
Por el hastío, por la desesperanza. En aquellos momentos, me he obligado a pensar, ser creativo y fortalecer la fe en mis propias capacidades, sabiendo que además es posible dejar lo que nos supera en los hombros de un Dios (de faz algo difusa, dada mi escasa formación teológica) y así olvidar asuntos que de todas maneras no tenemos manera de resolver.
Por poderme reír, aún, a carcajadas. Por poder llorar, a veces mucho y mientras como, acaso el llanto más ahogado y a la vez más liberador. Por la lluvia, que además llena los estanques de mi casa y riega mis bulliciosos álamos. Por el pasto, que me permite caminarlo algunas mañanas. Por las rocas de Ibáñez, que consienten que las camine un poco y que cambian de colores para mí a medida que el día se acaba. Por poder ver televisión, a veces toda la tarde, un lujo a estas alturas. Por los libros y su olor a nuevo, pero por sobre todo, los viejos y su olor rancio de historias y que nos obliga a hojear con el cuidado de quien tiene una mariposa entre las manos que quiere liberar. Por la música, un don nacido de profundidades ignotas y que aún me intento explicar.
Por el mate, mi placer, mi conexión con los paisajes que me acogen, así como los lugares de mi interior, que después del primer sorbo empiezan a asomarse, junto con esa energía que circula por mi cuerpo y lo prepara amorosamente para el resto del día; o el de media tarde que recupera el resuello que a esa hora empieza a flaquear. Por haber aprendido a pescar, de la mano de los mejores: mi vieja, y hermano, maestros que me toman de la mano en estas aguas, aún no vencidas totalmente por el progreso abusivo y ciego ante la belleza, invariable acompañante de ellas.
Sin ocupar un lugar fundamental, pero importante, debo agradecer mis humildes logros profesionales, impensados pasos que me han llevado a este momento, sensación que siempre me acompaña, para sujetar a la soberbia, que es enemiga del crecimiento y demasiado amiga del conformismo.
Por mi salud, que, contra todo pronóstico, es buena. Por mis errores, los mejores maestros, y por tener la sensación de haber pagado el precio de cada uno de ellos, cuestión que ?capaz que solo en mi imaginación- me genera algo parecido a la paz. Por los tallarines con crema y aceite de oliva, que más un vino seco me pueden llevar a estados, casi de éxtasis; lo propio si se trata de frutillas con crema. Por mis perros, seres de amor, con sus propias personalidades: unos, sabios, otros, desconfiados denotando sufrimientos pasados, y el último solo cariño y músculos. Y, finalmente, por tener tiempo e inspiración para escribir estas notas autorreferentes.
Agradezco hoy, no vaya a ser que más tarde, sea realmente tarde.