Don Julio Camba, abogado, escritor satírico gallego y enemigo acérrimo, como eficaz, de la República española, escribía en febrero de 1940 una breve columna denominada "La llave y la ganzúa" donde reflexionaba sobre lo que a juicio de él resultaba ser una característica de esos tiempos modernos y beligerantes. Proponía que de alguna manera los avances científicos sufrieran una interrupción. Ello, mientras lográbamos equiparar este avance de la ciencia y la técnica, con la evolución de nuestra humanidad, civilización y moralidad, que definitivamente se había detenido, o era demasiado lenta en comparación con estos febriles avances.
Y claro, para la época terminaba recién la guerra civil española y llevaba desarrollándose, hacía ya unos meses, la segunda guerra mundial, donde sabemos, la ciencia tuvo su campo de pruebas, con bomba nuclear incluida.
Es así como hoy uno se admira, más bien espanta, de hasta donde puede llegar la mente humana con su divino ingenio; y hasta dónde puede hacerlo la necesidad de dañar al otro.
En ese contexto, no fue raro presenciar -y como siempre en medio oriente- hace un par de meses, la eliminación masiva de dirigentes de una facción contraria, mediante la previa instalación de sutiles pero letales explosivos en sus dispositivos móviles que operaron con una eficiencia y sincronía que impresiona.
Y esa admiración, la debe haber tenido el historiador que describía como una nueva arma inventada en la antigua Roma (ballista) causaba estragos en las tropas del ejército Visigodo que ya para entonces esperaba su momento fuera de las fronteras del imperio.
Previamente, Arquímedes con un aparato que denominaron "fuego griego", estrenaba en el sitio de Siracusa una especie de espejo cóncavo que, usando el sol de cierta manera, lograba concentrar un haz de luz tan potente que diezmó parte de la flota romana. En la edad media, también los griegos lograron concretar otro tipo de "fuego griego" que fue el antecedente de los actuales lanzallamas y que además derramaba en el enemigo un líquido que no se apagaba, una especie de napalm, creado por el griego bizantino Calínico.
Luego da Vinci cuya obra, se sabe, se movió como un péndulo entre el arte, las invenciones de objetos utilitarios y de guerra, nos mostró como el ingenio de los espíritus más desarrollados también podía concebir máquinas para matar, sea defensiva, como ofensivamente.
En fin, sin pretender hacer una exégesis de la historia del armamentismo occidental, creo que no es dudoso que -teniendo un punto- el autor que mencioné al comienzo de esta breve columna, sea terrible, cuando no desesperanzador, el estado de cosas; y es lícito preguntarse qué más inventarán para matarse los unos a los otros. Sin duda no faltarán las mentes para ello.
Podría seguir esta columna relativizando el hecho central mencionado por don Julio Camba, diciendo que sí existe hoy mucha ciencia y técnica para otras cosas distintas de la guerra: para curar, para procurar vivir mejor en las ciudades y campos, para tener más y mejor comida, para acceder con mayor fluidez al conocimiento y a la información, para luchar contra las enfermedades, para mejorar la vida de las personas en general.
Y sabemos que eso existe y, una porción específica de la humanidad goza de las bondades de la ciencia y la técnica, incluso de las posibilidades de ampliar sus horizontes espirituales, cuestión que no sabemos si solo se queda en lo potencial…CONTINUARÁ?