Puedes vivir a pocas cuadras de otras familias, casi casi en el mismo barrio, pero si eres pobre, el trato que te darán marcará sus diferencias desde el lenguaje.
Si habitas una toma, serás en poblador, alguien que vive en viviendas de material ligero, a patadas con la miseria. Además, como no tienes donde caerte muerto o muerta, la prensa te tuteará con absoluta confianza y, si tienes suerte y caes en horario matinal, puede que te administren incluso unas palmaditas o un abrazo de pobrecita, señora, llore en directo, pero no a contraluz.
El síntoma clasista queda también en evidencia con el nombre que sugieren los medios momios para quienes venden cerezas en las relucientes calles de Lo Barnechea, que los ricos llaman La Dehesa para que no suene tan de medio pelo. No confundir con los campamentos que cuelgan a un costado del río Mapocho, con vista a las familias adineradas que habitan las colinas más caras del país.
En los barrios altos, los medios les llaman vendedores informales y la policía jamás les va a perseguir; no tendría sentido, pues pertenecen a la casta mejor conectada de toda la república. Es mucho más fácil perseguir vendedores ambulantes, algunos pobres como las ratas, que huyen despavoridos con las pocas pilchas que les quedan, lejos, muy lejos de la ostentación precordillerana.
Pero no tiene que ver con el barrio donde vendes, sino con el lugar donde naciste. Si esas familias del paseo Ahumada se instalaran con sus bártulos y productos en alguna avenida de la lujosa Dehesa, la policía se vería obligada a actuar, por la presión de los propios vecinos. Ya lo vimos durante el estallido cuando, en palabras de los mismos vecinos de lo Barnechea, una !"manga de rotos" invadió el mall del honorable vecindario.
Vecinos contra pobladores. Algunos deben vivir entre el barro, frente al río. A menos de un kilómetro de sus mansiones cereza. Y si vamos a lo práctico, ¿a alguien le cabe alguna duda de que estos vendedores fresita evaden muchos más impuestos que los ambulantes del centro?
No hay que ser muy suspicaz para afirmar que en los barrios pobres se hacen muchísimos más controles de identidad que en los ricos; el origen sigue siendo un factor de prejuicio en el momento policial del control; que la presunción de inocencia es distinta cuando el acusado es un rico o un pobre.
Y la verdad es que indigna cuando los medios insisten en llamar a los pobres de una manera y los ricos de otra; en tutear a los pobres y decirles usted, don, a los ricos.
Cuando llegue el Metro, el barrio se va a llenar de ladrones, decía una vecina pituca, según me contó un amigo reportero que estuvo armando unas notas sobre las obras que permitirían que la mano de obra llegue más rápido donde los patrones de la alta sociedad. Lo cierto es que los ladrones más grandes de Chile viven por ahí cerquita, ¡son sus vecinos! Y pertenecen a su clase. Aunque afortunadamente algunos de ellos han debido mudarse por ahí por Rondizzoni, a unas cabañas con barrotes, a pocas cuadras de otros ladrones, de poca monta, y que, sin embargo, hasta en las mazmorras perciben la diferencia en el trato que reciben.