Hace unos días volvimos a conmemorar un 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer, cuyas raíces latinoamericanas aparecen a propósito de la dictadura de Trujillo en República Dominicana durante los años 60, régimen durante el cual vivieron las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, quienes fueron activistas opositoras políticas a la dictadura del territorio que habitaban, por lo cual fueron asesinadas brutalmente por funcionarios de dicho régimen.
Por ello, a partir de 1981, el pueblo comienza a conmemorar esta fecha, buscando recordar la importancia del combate contra la violencia del autoritarismo militar y el peligro que este significa para el pueblo, y en particular, para las mujeres de un pueblo oprimido y silenciado.
El 25 de noviembre se levanta como una alarma feminista de reencuentro, reflexión y diálogo, como si supiéramos que parte de nuestra misión es recordar, y no es que no recordemos durante todo el año, sino que es el momento de hacerlo en voz alta para que quienes no lo hacen, lo hagan.
¿Y para qué hacemos esto las feministas? Por supuesto que para recordar, pero también para denunciar que hay un orden político que no permite que las mujeres vivan en paz, que hay un aparato estatal que no se está haciendo cargo de un problema público y también porque somos un pueblo silenciado que ha aprendido desde sus bases sociales a reproducir la violencia y es imprescindible darle luz de realidad a las calles: hay compañeras que están ausentes porque las mataron, y no merecen morir en el olvido, merecen ser nombradas.
Cercana a esta fecha conmemorativa y comenzando el último mes del año, nos encontramos con 44 femicidios registrados por La Red Chilena Contra la Violencia hacia la Mujer. Tristemente, el mismo 25N mataron a Karla Belén Huaiquián en Temuco, una estudiante de educación media, cuyo cuerpo apareció en el Rio Cautín, un día después, se tiene el registro de tres femicidios: una mujer de Chépica de quien no se tiene mucha información en medios de prensa, Katherin Barrera Bahamondes (32) de Ovalle y Jenny Navaz Angulo (63) de Santiago.
Comienza un nuevo cierre de año, y entre la vorágine de tantas cosas que analizamos durante este periodo, no podemos olvidar que hay 44 muertas que deberían estar construyendo vidas llenas de posibilidades, deberían estar caminando por la calle, enviando un mensaje a quien quieren, riéndose por la broma que acaban de escuchar, leyendo un libro, poniéndose los audífonos para escuchar su canción favorita, cuidando seguramente de alguien o siendo acariciadas por quienes las amaban. Deseo profundamente que nadie les quite el fuego de haber existido, de haber estado aquí.
Las feministas vamos a seguir por ahí gritando, denunciando, colgando lienzos y contando cuentos, leyendo, estudiando, aprendiendo y enseñando, juntándonos a prender velas, conociendo historias y cantando juntas, construyendo espacios seguros para quienes nos rodean, trabajando para ganarnos el pan y también para hacer intervenciones, talleres, acompañamiento, registro de eso que la institución no quiere guardar, creando material para seguramente, repartirlo gratis y por, supuesto, activando en silencio, como hormigas poderosas que levantan mundos que no sean solo de pueblos oprimidos y silenciados que reproducen violencia, sino pueblo amables, que vivan en entorno habitables y llenos memoria.
No es muy difícil de entender, hay 44 mujeres muertas que deberían estar vivas. Y tantas otras más. Tenemos que recordarlas.