Columnista, Colaborador La "caja de Pandora" es un mito griego: la primera mujer, Pandora, al abrir un recipiente liberó todos los males del mundo, dejando solo la esperanza en el fondo. En Chile, durante décadas nos convencimos de que éramos la excepción latinoamericana, la "flor del pantano", orgullosos de estar lejos de escándalos, coimas y arreglines.
El despertar ha sido duro. Descubrimos que estábamos inmersos en un sistema tanto o más corrupto que el de nuestros vecinos. La famosa "viveza" del chileno no era ingenio, sino la normalización de la trampa: hecha la ley, hecha la trampa. Ya en la universidad nos preguntábamos: si la educación era un derecho y las universidades no debían lucrar, ¿por qué endeudarnos por décadas para pagar una carrera? ¿Qué pasaba con esos aranceles? ¿Por qué no había divorcio, pero sí nulidad matrimonial? ¿Por qué desde 1989 era ilegal abortar, pero todos conocíamos a alguien que lo había hecho en clínicas privadas?
Hoy, gracias a la prensa y al destape de conversaciones de un solo teléfono, de un solo abogado, llevamos dos años acumulando sorpresas. Los tres poderes del Estado aparecen involucrados en tramas millonarias y otras más pedestres: cambiar un voto en la Cámara para recontratar a un camarada, archivar un sumario a un dirigente, o comprar un pasaje al hijo de un parlamentario…
La conclusión es inquietante: la caída de la honestidad, la falta de ética y la extinción de valores están horadando los cimientos de nuestra sociedad. El vacío lo llenan populismos, extremismos y apatía ciudadana. Surgen candidaturas que solo buscan rédito económico, que ofrecen humo y frases hechas. Basta recordar el caso de Parisi: en dos elecciones consecutivas logra el tercer lugar, la primera vez sin siquiera estar en Chile, y hoy sus electores podrían definir la segunda vuelta.
Aun así, me aferro a la esperanza, la del fondo de la caja de Pandora. Los buenos elementos ?que siempre son más que las manzanas podridas? deben actuar sin miedo, destapar todo y permitir que caiga quien caiga. Solo así podremos recuperar el camino recto y reinstalar el imprescindible Estado de Derecho: ese que organiza jurídicamente el poder político y protege a individuos y grupos mediante normas e instituciones, que garantiza derechos y libertades, un Estado sometido a la ley, sin excepciones salvo las exigidas por el interés general, sin importar colores ni banderas partidistas: rojos, azules, verdes, amarillos o calipsos.


















